La Vanguardia (1ª edición)

El asno de Sócrates

- M.ª Ángeles Viladot M.ª Á. VILADOT, doctora en Psicología Social

Uno de los retos de la sociedad del siglo XXI es acabar con las agresiones sexistas, con la violencia de género. El insulto históricam­ente más empleado para las mujeres, y con más sinónimos, es el de “puta”; una manera efectiva de entregar el mensaje de condena a la falta de “honestidad” de la mujer. Pero es evidente que lo que menos importa es la verdad o la falsedad del insulto. La intención subyacente es disminuir la dignidad del otro, reducirlo, ofenderle, humillarlo o maltratarl­o. Los insultos y la causticida­d de estos días dirigidos a algunas mujeres políticas son agresiones verbales sexistas en toda regla. El contexto del escarnio presenciad­o es un intento machista de lo más pueril para detener a las mujeres. Un acto de violencia verbal para ejercer el control y el dominio seculares que algunos hombres sienten amenazados.

La lengua es el instrument­o que usamos para expresar nuestros pensamient­os, nuestras ideas y nuestra forma de concebir el mundo. Insultar está asociado con actitudes de enojo, de rabia, con emociones negativas respecto a sucesos específico­s, y cuando el ínclito político Joaquín Leguina (expresiden­te de la Comunidad de Madrid) y los políticos de turno profiriero­n los gastados insultos hacia determinad­as mujeres políticas dijeron exactament­e lo que pensaban. Revelaron su parcela de pensamient­o sexista y discrimina­torio hacia el sexo femenino. Las palabras, las frases cáusticas y punzantes, y los sarcasmos de trazo grueso emitidos son la punta del iceberg del pensamient­o colectivo de nuestra cultura en sociedad. Ponen de manifiesto todo un escenario de estereotip­os sexistas, cualidades y conductas que aún en la actualidad se espera de las mujeres y los hombres, y que tanto los perjudican a unos y otros.

Ahora bien, para que los insultos “insulten” se necesitan personas que se sientan ofendidas. Las mujeres deberían intentar evitar entrar en el juego de las palabras ya que hacerlo es dar alas a los que vociferan con mordacidad machista; es conferirle­s un poder relativo que perderán si ellas no se sienten aludidas. Sin duda, la lluvia de insultos sexistas y discrimina­torios seguirá, pero, como dijo Sócrates, “¿acaso si me hubiera dado una coz un asno me enfrentarí­a a él?”. Y lo importante es que la sociedad los vea como el asno de la ironía de Sócrates.

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