La Vanguardia (1ª edición)

Una víctima ya denunció al pederasta a los Mossos en el 2005

El alumno también alertó al director de los Maristas sobre los actos de Benítez

- MAYKA NAVARRO Barcelona

Un alumno de Joaquín Benítez, el profesor pederasta del colegio de los Maristas, denunció en el año 2005 ante los Mossos haber sufrido abusos. También escribió al director del centro alertando sobre Benítez.

Nunca imaginó que un día por fin se haría justicia y Joaquín Benítez, el Beni, su profesor de gimnasia de los Maristas, pagaría por lo que le hizo a él y por lo que siempre sospechó que hacía al resto de sus compañeros de clase. El jueves pasado encendió rápidament­e la televisión y se quedó petrificad­o frente a la pantalla. Un familiar le llamó para advertirle de que el periodista Josep Cuní estaba entrevista­ndo al padre de una víctima que sufrió abusos sexuales en su colegio. “Mi corazón estalló de alegría. Tenía ganas de llorar y de reír. ‘Por fin’, pensé. ‘Por fin te han pillado’”. Y desde el jueves, este publicista, de 41 años, casado y padre de dos niños, ordena recuerdos y reserva fuerzas para enfrentars­e al que considera “un enfermo, un monstruo”. También fue víctima del Beni. El sábado acudió a la comisaría de los Mossos d’Esquadra de les Corts y presentó una denuncia. Hora y media estuvo detallando su encontrona­zo en el despacho del profesor que el sábado por la noche quedó libre con cargos tras ser detenido. No era la primera vez que este hombre se dirigía a la policía. A finales del 2005, años después de padecer los abusos y al comprobar que Benítez seguía trabajando en el mismo colegio con niños, el hombre se armó de valor y denunció. Escribió varios correos. Uno a Benítez. “Le dije que era un pederasta, un monstruo, un cabrón que pese a todo no había arruinado mi vida. Le amenacé con desenmasca­rarle”. No respondió. Buscó el correo del entonces director de los Maristas de Sants-Les Corts, Jaume Burgués Balcells, y le detalló por carta los abusos. Casi le suplicó que tuviera cuidado con ese profesor porque “estaba seguro de que seguía aprovechán­dose de otros alumnos”. Y presentó dos denuncias telemática­s en la web de los Mossos relatando los abusos sexuales y aportando sus datos. En aquellos años las denuncias telemática­s sólo servían para denunciar hurtos e incivismo. “Pero me faltaba valor para entrar en una comisaría, y esperé a que me llamaran”.

El sábado, en los Mossos, al terminar la denuncia quiso que constara que alertó al director del centro porque entiende que ya en ese momento “los curas del colegio mi- raron a otro lado. Estoy seguro de que recibieron más quejas que se silenciaro­n”. Le duele especialme­nte el desinterés que mostraron los Mossos. El sábado en la comisaría el policía que le atendió le explicó que “en aquellos años el procedimie­nto telemático todavía era precario y quizás su denuncia se perdió en el camino”. Pero el hombre presiente que en esos momentos segurament­e “los abusos sexuales en un colegio de curas de la popularida­d de los Maristas era un tema tan escandalos­o que evitaron meterse”. Un portavoz de la policía trasladó anoche a este diario el interés de los Mossos por aclarar qué pasó con aquellas dos denuncias.

La víctima no ha podido olvidar el día que ocurrieron unos hechos que está seguro que le marcaron para siempre. Estaba acabando BUP. Recuerda al Beni como el profesor preferido por todos. “Piensa que con él pasábamos los mejores ratos. Las excursione­s, los juegos y el deporte. Además, vivía para y por nosotros. Sin familia. Toda la vida en los Maristas. Había sido tutor de mis otros dos hermanos. Era uno de los nuestros. Un colega. Se podía hablar con él de mujeres, siempre estaba como a punto de tener novia”. El denunciant­e tenía entonces 17 años. En una ocasión entró en el despacho del Beni por un dolor en la espalda. Se tumbó en la camilla y le hizo un masaje. “Sin más”. Aquel hombre “te cuidaba y, qué quieres que te diga, uno es adolescent­e, en esa edad vas de duro, pero también está bien que alguien te mime. Y el Beni sabía cuidarnos”.

El curso avanzó sin novedad. El suceso tuvo lugar en la penúltima clase de gimnasia antes de terminar el BUP. “Me dijo que al final de clase pasara por su despacho. Que había notado que tenía una pierna más larga que otra y me quería examinar”. Ahora el pretexto parece ridículo, pero en aquel momento el joven no vio objeción.

Ya en el cuarto, primero le hizo que estuviera de pie para hacer unos ejercicios de estiramien­tos en los que el alumno debía sujetar al profesor por la pelvis de tal manera que el chaval rozaba sin querer los genitales del maestro. “No le di importanci­a”. Después le hizo tumbarse en la camilla. Le retiró los calzoncill­os y le repitió muy serio, y hasta en diez ocasiones, que no se preocupara con lo que iba a hacer. Al relatarlo, coge aire y respira profundo para proseguir: “Esto es como si te estuviera tocando una oreja”, me dijo. Y añadió: “Te haré una prueba para controlar tu nivel sanguíneo”. Estaba tranquilo. “Empezó a masturbarm­e”. El hombre cierra los ojos y hurga en sus recuerdos. “Me quedé sin palabras. Paralizado. Tumbado en aquella camilla. Sin mirarle, hasta que me corrí”. El profesor se apartó y le entregó un pañuelo para que se limpiara. “Salí de allí en cuanto pude, sin girarme”. La semana siguiente tuvo la última clase bajo su tutela y no pudo mirarle. Después en COU no le volvió a ver más. Se las ingenió para evitarle.

¿Cómo se sintió? “Mal, confundido, perdido, extraño. Ya había tenido relaciones con mujeres, me masturbaba, y era la primera vez que un hombre me tocaba. No entendía por qué no había huido de aquel cuarto. Estaba perdido. Del desconcier­to pasé a la rabia. Comprendí que se había aprovechad­o de su superiorid­ad para abusar de mí. Nunca me preguntó si quería hacerlo”. Tuvo el valor de contarlo a su familia. Pero lo dijo de una manera tan pudorosa, temerosa, con tanta vergüenza y sin transmitir angustia, que provocó que nadie le hiciera caso y que en su casa pensaran que aquello era cosa de críos. Siguió con su vida. Tiró adelanté. Viajó mucho y a finales del 2004 regresó a Les Corts, su barrio. Cada vez que se cruzaba con Benítez se bloqueaba. “Me miraba como advirtiend­o de que sólo él y yo sabíamos lo que había pasado aquella tarde en su despacho. Era insoportab­le”. Fue entonces cuando, terminando el 2005, escribió las denuncias que se quedaron sin respuestas. Hasta ahora que siente que, pese al tiempo, por fin, se hará justicia.

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MAITE CRUZ Manuel, el padre del alumno que con su denuncia destapó los abusos en los Maristas de Les Corts, el sábado

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