La Vanguardia (1ª edición)

Loretta Lynch

FISCAL GENERAL DE EE.UU.

- FRANCESC PEIRÓN Nueva York. Correspons­al

La justicia de Estados Unidos batió en el 2015 el récord de exculpacio­nes de condenados por delitos que no cometieron o que ni existieron; dos tercios de los exculpados forman parte de las minorías, y de estos, la mitad son afroameric­anos.

Un trágico destino une a muchos estadounid­enses. En la lista figuran, por ejemplo, Lewis Fogel, Bobby Johnson, Debra Milke o Anthony Ray Hinton.

Todos tienen algo en común. Se han pasado años encerrados en cárceles por un delito que no cometieron y que, en numerosas ocasiones, ni siquiera existió.

Los cuatro citados constan entre los nombres de los 149 estadounid­enses exculpados en el 2015 por la justicia, una cifra que supone un récord dentro de unos números que no cesan de crecer desde el 2011. En esta anualidad son el doble respecto a aquella.

Casi cuatro de cada diez fueron penados por asesinato, según un estudio del National Registry of Exoneratio­ns, un proyecto de la facultad de Derecho de la Universida­d de Michigan. Este documento, que incita a reparar los desaguisad­os habituales, ofrece un retrato no sólo de la justicia, sino del país. Desde 1989 se han registrado 1.733 exculpacio­nes.

“Las exoneracio­nes se han convertido en algo común”, señala el documento editado por el profesor Samuel Gross. “Son una historia frecuente –añade–, con un equivalent­e de tres por semana y que pasan desapercib­idas”.

Fogel había cumplido los 28 años cuando en 1982 le declararon culpable de la violación y muerte de una adolescent­e. Un recogedor de moras dio con el cuerpo de Deann Katherine Long, el 31 de julio de 1976. La in- vestigació­n no ofreció resultados hasta que, transcurri­dos cinco años, un tal Earl Elderkin se sometió a una sesión de hipnotismo de la que salió el relato acusatorio. Fogel lo combatió en vano. Cadena perpetua. En el 2015 las autoridade­s aceptaron realizar una prueba de ADN a partir de los restos de la víctima. Recuperó la libertad tras 34 años.

En el 2006, a Bobby Johnson, un semianalfa­beto de 16 años y con un intelecto muy limitado, lo interrogar­on dos detectives en New Haven (Connecticu­t). Le mintieron al decirle que disponían de pruebas que lo vinculaban con un asesinato y que, sin confesaba, se libraría de la pena capital. Johnson cantó. Le cayeron 38 años. Le absolviero­n en el 2015 al descubrirs­e que la policía había ocultado evidencias que identifica­ban al verdadero autor.

A Debra Milke la condenaron al máximo castigo en Phoenix (Arizona) por conchabars­e con dos hombres y matar a su hijo de cuatro años. Querían cobrar los 5.000 dólares del seguro. La única y supuesta prueba contra ella era el testimonio del detective Armando Saldate jr, que no grabó el interrogat­orio. Saldate explicó al jurado que Milke le ofreció favores sexuales, pero que al final reconoció su crimen. Ella siempre lo negó. La exculparon el pasado año. Su abogada descubrió que los jefes de Saldate escondiero­n que este fabricó unas cuantas historias, para otros casos, que luego se descubrier­on que eran eso, pura mentira.

Hinton recuperó la libertad en primavera, tras 30 años en el corredor de la muerte. Hacía 14 de que un análisis de balística descartara que el doble crimen se cometiera con la pistola hallada en casa de su madre. A pesar de ser la única evidencia, nadie en el sistema judicial blanco de Alabama quiso escuchar a un negro. Le salvó el Tribunal Supremo.

Dos tercios de los exculpados forman parte de minorías. De estos, la mitad son afroameric­anos.

En el estudio se indica que los reos liberados este 2015 se han pasado una media de 14 años en las penitencia­rías. Se desmontaro­n 58 sumarios por homicidio y 54 por asesinato. En 27 se produjeron falsas confesione­s y en 65 hubo una mala actuación policial.

Atención: en 75 casos no existió delito. Los tres de Brooklyn

Casi la mitad de las exculpacio­nes son por homicidio o asesinato, y los reos pasaron 14 años de media en prisión

–Amaury Villalobos y William Vaszquez– se pasaron casi 33 años encerrados. El tercero, Raymond Mora, murió en prisión. Los condenaron por un incendio provocado en el que falleciero­n una madre y su hijo de cinco años. La delación de una testigo –propietari­a del edificio– les llevó a la cárcel. Los avances científico­s demostraro­n este 2015 que todo fue un accidente.

“Este incremento de exoneracio­nes no es más que una gota en un cubo”, insiste el documento.

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© ROBERT GALBRAITH / REUTERS / REUTERS Un preso mira desde su celda en la prisión de Corcoran, California

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