Patrimonio nacional
Como si se tratara del gorro de Nelson o la pistola de Montgomery, Gran Bretaña pugna por conserva una daga de plata y varias túnicas que fueron propiedad de Lawrence de Arabia y que ahora un particular quiere sacar del país.
Peter O’Toole, imponente en una túnica de seda blanca, recibe de manos Omar Sharif una daga de plata y acero en agradecimiento por la victoria de rebeldes árabes contra el imperio otomano en la captura de Aqaba. El momento quedó inmortalizado en la película de David Lean Lawrence de Arabia. Pero los objetos de verdad han sido adquiridos en subasta por coleccionistas extranjeros y el Gobierno británico se resiste a perderlos para el patrimonio nacional.
En principio el Reino Unido está en contra de todo lo que huele a proteccionismo, y no se opone a la venta al mejor postor de lo que sea, empresas automovilísticas, equipos de fútbol u obras de arte. Pero en el caso de T.E. Lawrence ha trazado una línea roja, y bloqueado la exportación de los artefactos que le pertenecieron, por lo menos hasta la primavera, a ver si se despierta la conciencia patriótica y algún museo o particular puja más alto. Al fin y al cabo, tampoco se trata de tanto dinero, 165.000 euros por la daga y 17.000 por las túnicas. Un par de trajes hechos a medida en una sastrería de la Savile Row cuestan casi eso...
“Lawrence de Arabia es un personaje icónico y parte integral de nuestra historia –ha dicho el ministro de Cultura, Ed Vaizey–. Sería una pérdida irreparable”. El arqueólogo, militar y diplomático inmortalizó sus aventuras en la Primera Guerra Mundial en libros como Los siete pilares de la sabiduría y Revuelta en el desierto, y a su regreso a Londres revolucionó los salones de té de la alta sociedad con sus relatos y sus túnicas y turbantes.
De esa manera iba vestido una tarde de 1921 cuando se tropezó en la estación de Waterloo con Lady Kathleen Scott, viuda del explorador antártico, que le pidió que posara para un escultura suya con la daga plateada y túnica blanca. Lawrence no sólo aceptó, sino que nunca reclamó las pertenencias. Murió en 1935 en un accidente de moto en una carretera rural de Dorset, cuando se encontró con dos ciclistas en una curva y volcó para no atropellarlos, falleciendo en el hospital seis días después a causa de las heridas.
El año pasado, en un episodio que pasó des- apercibido, una nieta política de Scott necesitada al parecer de dinero subastó los ropajes y el arma, sin que ni la inquisitiva prensa británica ni el Ministerio de Cultura se dieran por enterados. Ha sido tan sólo ahora, cuando había que conceder la licencia de exportación y firmar los permisos necesarios, que el Gobierno conservador ha puesto el grito en el cielo y el freno de mano. Mejor que un pedazo de historia con el sello de Lawrence de Arabia se quede si es posible en casa.
Thomas Edward Lawrence (1888-1935), hijo ilegítimo de un aristócrata que abandonó a su mujer y familia en Irlanda para vivir con la institutriz de sus hijos de la que se había enamorado, nació en Tremadog (hoy Gwynedd), Gales. Se licenció en Historia por la Universidad de Oxford, y viajó extensamente como arqueólogo por el Levante y Mesopotamia, estableciendo buenos contactos con representantes del imperio otomano. Tanto es así que los servicios de inteligencia británicos lo ficharon con el propósito de alentar las revueltas árabes y debilitar al enemigo turco. Como oficial militar de enlace, y debido a su carisma personal y capacidad de liderazgo, jugó un papel destacado en la carga a camello para la captura de Aqaba, la batalla de Tafileh y la caída de Damasco, episodios que envolvió de romanticismo en sus novelas y lo convirtieron en un héroe nacional.
Protagonista de películas y numerosas biografías, es un personaje no ajeno a la polémica, cuya sexualidad (o falta de ella) y supuesto sadomasoquismo han dado pie a ríos de tinta. Especialmente controvertida es la afirmación de que fue violado y torturado en 1917 por sus captores en la fortaleza siria de Darea, sobre la que algunos historiadores como James Barr, en su libro de hace una década, han expresado serias dudas. En cualquier caso, su rostro será para siempre el de Peter O’Toole, y su pose la del cuadro de Augustus John en la Tate Britain, vestido con esa túnica de seda blanca, y empuñando esa daga de acero y de plata.
El Gobierno británico bloquea la venta a extranjeros de la daga y las túnicas de su héroe nacional Arqueólogo, espía y militar, revolucionó con sus turbantes los salones de té de la alta sociedad inglesa