El contrashock petrolero
DESDE junio del 2014, en que estaba a 115 dólares por barril, hasta hoy, es decir en algo más de un año y medio, el petróleo ha caído hasta los 30 dólares, un 74% menos. Esto ha aportado un importante estímulo para el crecimiento económico de la UE, Japón y Estados Unidos, aunque este último en menor medida, dada su autosuficiencia energética. Pero, en contraposición, ha sido un golpe muy duro para los países exportadores, y en buena parte para los emergentes productores de materias primas, por su enorme descenso de ingresos. Esto supone un cambio de paradigma energético mundial que, si se prolonga en el tiempo, como todo indica que sucederá, tendrá también importantes consecuencias de todo tipo, no sólo económicas sino también geopolíticas y sociales. En realidad, ya ha empezado a tenerlas.
Al margen del menor consumo del gigante chino, que ya nunca volverá a crecer como antes, el verdadero origen del nuevo orden petrolero mundial está en Estados Unidos, que en pocos años ha pasado de ser el primer consumidor mundial a convertirse en el primer productor, a través de la obtención de crudo de esquisto con las técnicas de fracking. Estados Unidos ha destronado la primacía de Arabia Saudí y de la OPEP. Arabia Saudí ha renunciado a reducir su producción –como hacía en el pasado– para no perder cuota en un mercado en el que hay sobreoferta de crudo. Mientras siga esta situación, el precio seguirá bajo.
Además de los beneficios económicos, para Estados Unidos y sus aliados el bajo precio del petróleo, desde el punto de vista geopolítico, castiga especialmente la posición de países hostiles en la escena internacional, como es el caso de Rusia, Venezuela e Irán.
Pero mientras los ciudadanos de Europa, Japón y Estados Unidos disponen de mayor poder de compra, por el ahorro que obtienen en su consumo de energía, sucede lo contrario en los países productores y en los emergentes. Esto comporta, como ha advertido el Fondo Monetario Internacional (FMI), que millones de pobres en el mundo tengan más difícil salir adelante y que amplias clases medias que han surgido en los últimos años verán frustradas muchas de sus expectativas. El impacto del nuevo orden petrolero, por tanto, no sólo es económico y geopolítico sino también social, con aumento de las desigualdades en el mundo y con el consiguiente riesgo de proteccionismo, populismo, desestabilización social y hasta de más terrorismo.
Numerosos países estarán necesitados muy pronto de ayudas financieras, como teme el propio FMI, y se verán obligados a realizar importantes reformas económicas para ajustar sus presupuestos, como ha hecho ya la propia Arabia Saudí, lo que constituye un precedente clave para todos los demás ricos países del golfo Pérsico. Lo mismo han hecho también Rusia, Brasil y Venezuela, que llevan ya más de un año en recesión, mientras que muchos otros como Argelia, Angola, Ecuador o Indonesia ven agravados sus problemas.
La crisis de todo ese conjunto de países, asimismo, reduce las ventajas del nuevo orden petrolero para las economías desarrolladas en forma de menor comercio mundial y, por tanto, de menores beneficios para sus empresas más internacionalizadas. Un riesgo adicional y muy grave es que la nueva era de precios bajos del petróleo debilite los esfuerzos que se estaban realizando para ahorrar energía procedente de los hidrocarburos y que se penalice, con ello, la urgente y vital lucha contra el calentamiento del planeta. Todo ello conforma la cara y la cruz del contra-shock del petróleo que vive el mundo.