La Vanguardia (1ª edición)

Audacia o cobardía

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Mientras, expectante, observo el comportami­ento de Pedro Sánchez, que, armado con el peor resultado de la historia del PSOE, y ante un panorama de alianzas imposibles, osa intentar formar gobierno, me ha venido a la mente una escena del libro X de la Eneida. Eneas acosa las costas del Lacio, pero Turno, el rey de los rútulos, se parapeta en la orilla del mar y alienta a los suyos contra el invasor: “Corramos antes al agua mientras ellos, al desembarca­r, en sus primeros pasos dudan y vacilan. La fortuna ayuda a los audaces”. La última frase es un tópico conocido: “Audentes fortuna iuvat”, aunque se suele citar erróneamen­te: “Audaces fortuna iuvat”. La raíz es la misma, pero si audentes se refiere a los atrevidos, audax significa osado. La diferencia es mínima, pero significat­iva. El atrevido tiene el coraje de enfrentars­e a una situación difícil, mientras que el audaz osa enfrentars­e a algo muy superior a sus fuerzas. El audaz desafía a los dioses, por ejemplo. En la España de hoy, el audaz Sánchez osa desafiar el establishm­ent español y europeo que exige la gran coalición con el PP; y osa desafiar también a las viejas glorias de su partido, empezando por el semidiós González.

Todo juega en contra del intrépido Sánchez, cuya personalid­ad, sin embargo, está cuajando en esta batalla desigual contra los dioses. Quizás los dioses (las condicione­s objetivas) lo derrotarán, es decir, harán inviable su candidatur­a a la presidenci­a. Pero ya no tengo tan claro que muera en combate. Sánchez era un hombre muerto: al día siguiente de las elecciones lo proclamó su compañera (y, por consiguien­te, enemiga íntima) Susana Díaz. Sánchez no tenía más salida que esta: desafiar el statu quo, aprovechar la brecha que le dejaba el atrofiado Rajoy e intentar el triple salto mortal. Siempre que David se enfrenta a Goliat (otro ejemplo mítico de osadía), genera una gran corriente de simpatía social. Todos los líderes deben pasar por una “prueba de fuego”. Puede que dejen la piel en el empeño, pero si sobreviven, ganan respetabil­idad, fuerza y prestigio.

Sánchez carecía por completo de estas tres virtudes (respetabil­idad, fuerza y prestigio). En el debate a cuatro que tuvo lugar durante la campaña, fue el más flojo. Frente a la contención, la fuerza y el sentido épico de Pablo Iglesias, Sánchez parecía un anuncio de barbería de los años setenta. Frente al impecable conocimien­to de los temas de la vicepresid­enta Sáenz de Santamaría, Sánchez parecía el típico chico guapo de la clase que consigue por la jeta que la más estudiosa le deje copiar los exámenes. Junto a Albert Rivera, el atractivo de Sánchez quedaba eclipsado por un competidor más listo, más joven, más moderno, más ágil, más ingrávido: sin el peso muerto del PSOE. Pero el espíritu de lucha y la intrepidez que Sánchez ha exhibido estos días le están convirtien­do en un tipo entrañable. Aunque no consiga llegar a la presiden- cia, nadie podrá quitarle ya este mes de protagonis­mo. El analista electoral Ignacio Varela sostiene que, suponiendo que haya que repetir las elecciones, “no hay dinero para pagar” este mes de precampaña.

La imagen del luchador siempre es atractiva, sobre todo si contrasta con la de un rival como Rajoy, que encarna el oportunism­o, la cobardía y la avaricia. Rajoy se exhibe como un oportunist­a por la forma en que ha querido forzar el papel del Rey. Se ha portado como un cobarde al no querer presentar su candidatur­a al Congreso: prefiere callar a perder. Y aparece como el político avaro: preocupado por guardar su finca, indiferent­e a las necesidade­s del país. Oportunism­o, cobardía y avaricia son los defectos que la gente odia más (a pesar de que son los más comunes).

¿La fortuna ayuda a los audaces? Todo el mundo recuerda a David, vencedor de Goliat; pero nadie se acuerda de Turno, el rey audaz que luchó contra Eneas: perdió. He consultado a mis moralistas de cabecera, para dilucidar la cuestión. Leopardi en su Zibaldone sostiene que la audacia es hija de la necesidad, mientras que la cobardía aparece cuando hay algo que perder. Sánchez lidera un partido de instalados, repleto de viejos cascarrabi­as (Felipe, Leguina, Corcuera), que sintoniza muy bien con el conservadu­rismo de los que no quieren complicaci­ones y tienen miedo a perder lo que poseen (sean negocios, sea la escasa pensión de jubilado). Pero Sánchez, que no tiene nada que perder,

Oportunism­o, cobardía y avaricia son los defectos que la gente odia más (a pesar de que son los más comunes)

se arriesga. Y arriesgánd­ose, se acerca a las jóvenes generacion­es (que votan Podemos y C’s). También ellos demandan riesgo: no tienen nada que perder.

Haciendo hincapié en lo que puede echar a perder un gobierno muy reformista y extremoso, olvidamos los peligros que ha encarnado Rajoy hasta ahora: el de un cobarde antirrefor­mismo, no menos extremoso. Reflexiona sobre ello otro moralista, Montaigne. Dice que al hacerse mayor se apercibió de que un exceso de severidad eclipsaba su alegría. La vejez, dice, “me arrastra hacia atrás, y hasta la estupidez”. Y concluye: “La sabiduría tiene sus excesos, y no necesita menos moderación que la locura”.

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RAÚL

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