Una tormenta perfecta para los Juegos de Río
El alcalde de Río de Janeiro, Eduardo Paes –enamorado confeso de Barcelona–, evoca siempre que tiene ocasión la transformación que vivió la Ciudad Condal en 1992, y asegura que lo mismo le sucederá a la excapital brasileña con la Olimpiada de este verano. Pero lo cierto es que la cita deportiva se anuncia extremadamente compleja: además de los retrasos en las obras, de la grave contaminación en las aguas donde se celebrarán la vela y el remo y de la clamorosa falta de seguridad pública, el acontecimiento deberá sobreponerse a un complejo contexto nacional.
El zika, de hecho, es la enésima adversidad para un Brasil que afronta la peor recesión económica en décadas y una crisis política que amenaza nada menos que con provocar la caída de la presidenta Rousseff por medio de un juicio político alentado por la oposición de centroderecha. La prensa comienza a preguntarse si no sería mejor cancelar los primeros Juegos Olímpicos en América del Sur, una idea a la que reaccionó esta semana con vehemencia el ministro de Deportes, George Hilton. “Esa posibilidad no se discute. El Gobierno brasileño está plenamente comprometido con garantizar que los Juegos se realicen con seguridad”, aseguró.
Los organizadores defienden que en julio y agosto el ambiente en Río será más frío y seco, por lo que el mosquito se reproducirá menos, pero la realidad es que en el 2015 hubo picos de calor de hasta 37 grados durante su teórico invierno.