Colau sale de compras
No hay nada como tener dinero para tratar a un superior de tú a tú. Así se debía de sentir la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, cuando visitó el viernes al presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont. La primera autoridad de Catalunya recibía a la tercera autoridad catalana sabiendo ambas que es Colau quien tiene la sartén por el mango. Seguramente, la líder de Barcelona en Comú recordaba el trato preferente que el president Artur Mas daba en público al alcalde Xavier Trias. No era para menos. La Barcelona de Trias ejerció de avalista durante la crisis económica y apoyaba sin fisuras la hoja de ruta soberanista. No en vano, alcalde y president de entonces eran del mismo partido y Mas podía estar tranquilo porque Trias no pretendía disputarle el liderazgo a cambio de esos apoyos.
La llegada de Ada Colau a la alcaldía modificó esa estrecha relación institucional entre la Generalitat y el Ayuntamiento de la capital. Tanto es así que vimos a una alcaldesa muy reivindicativa en el primer encuentro con Artur Mas que aprovechó para echarle en cara la deuda del Govern con la ciudad. Con el paso de los meses, Colau ha ido matizando su discurso con relación a este tema porque ha visto que sacará más rendimiento actuando como amable acreedora que aplicando una política de enfrentamiento. Y así lo percibe también el president Puigdemont. Por eso, el viernes decidieron no hacerse daño. Colau aceptó
La alcaldesa de Barcelona ejerce el papel de acreedora de la Generalitat para lograr el apoyo de ERC al presupuesto
el impago sine die de la deuda a cambio del reconocimiento oficial de los cien millones que, en números redondos, debe la Generalitat al Consistorio barcelonés. Además, la alcaldesa se comprometió a pagar la mitad del coste de la L10 del metro a la Zona Franca y la totalidad de la unión del tranvía.
Con el pagaré de los cien millones en la mano y con la autoridad que da ser la principal acreedora del vecino de enfrente, Colau mantiene su particular plan de refuerzo del liderazgo en Barcelona y Catalunya ante lo que pueda pasar en el futuro. “Quien paga, manda”, debe de pensar. Y quien tiene deudas, calla y otorga, asumen en Palau.
La alcaldesa también salió airosa del calculado distanciamiento de su partido respecto de la ruta independentista que ha emprendido el Govern de la Generalitat. Por ahí tampoco habrá enfrentamiento. Unos y otros se necesitan. Catalunya quiere a la capital a su lado en el camino soberanista, y Barcelona no puede quedarse al margen por dos razones. La primera es de orden político para mantener su posición ante la independencia que tan buen rédito electoral le ha supuesto. El segundo motivo es una carambola. Colau está en minoría en el Consistorio y aspira a que ERC le apruebe el presupuesto. Y, a su vez, el máximo líder republicano es el vicepresidente de Economia de la Generalitat, el área más necesitada del aval financiero de Barcelona. Apoyo por dinero. Lo dijo claro Alfred Bosch (ERC): “Sin L10 no habrá presupuestos”. Ahora, Colau se puede empezar a cobrar políticamente la factura de la deuda. Hemos entrado en una nueva y curiosa dimensión en la siempre controvertida relación Ayuntamiento-Generalitat.