Centenario y antihéroe
Luis Enrique supera los registros de todos los antecesores pero deja el protagonismo para un equipo inabordable
En clave de espectáculo no fue el partido más lucido del Barça de Luis Enrique. Es más, fue de los peores, en competencia con la actuación de la temporada pasada en Málaga, donde el equipo no consiguió tirar a la portería contraria. El primer desplazamiento blaugrana a las 12 del mediodía invitó a echar una siestecita antes de la comida, una actividad procedente después de la noche de carnaval. Pero desde la perspectiva estadística los resultados del partido número 100 del técnico asturiano son óptimos y le colocan en una situación de privilegio entre los entrenadores que forjaron y perfeccionaron la identidad del juego del Barcelona.
“No me comparéis con Pep. Le admiro no sólo como persona, que es un amigo, sino como entrenador”, rogó Martínez el día de su presentación en mayo de 2014. Una solicitud de imposible cumplimiento puesto que mientras ningún sucesor supere el nivel de admiración y la cantidad de trofeos acaparada por su Barcelona, Guardiola será el referente, la medida del elogio y la crítica. Parecían registros únicos, inigualables durante generaciones, especialmente después de la estéril temporada de Gerardo Martino que dio alas a la interesada teoría del fin de ciclo.
Pero después de 100 partidos Luis Enrique resiste la temida comparación. En esta etapa el Barcelona ha firmado 80 victorias (71 en la época de Pep), 11 empates (19) y 9 derrotas (10), con 282 goles a favor (242) y 72 en contra (76). El primer centenario de Cruyff se saldó con 60 triunfos, 23 igualadas y 17 capitulaciones. Ayer en el Ciutat de València el equipo igualó el récord de imbatibilidad del club, cifrado en 28 partidos desde la temporada 2010-11, y culminó una serie de diez victorias consecutivas. Ha sembrado dudas en el juego y ha exhibido carencias físicas asocia- das a la planificación de los esfuerzos de la temporada, pero desde que cayó 2-1 en el Sánchez Pizjuán el 3 de octubre el Barcelona no ha vuelto a experimentar el sabor de la claudicación.
Los datos pueden resultar altamente satisfactorios para el barcelonismo y habilitan al equipo para aspirar a todos los títulos, pero matemáticamente no son una equivalencia. Es decir, son una condición necesaria pero no suficiente para el éxito final. Y Luis Enrique aplica esta lógica para acentuar su temperamento de antihéroe y amortiguar la euforia colectiva: “Está bien, es mejor llegar a 100 que a 50, pero no me dicen nada las cifras. Me interesan los objetivos colectivos y esos se van a concretar a final de temporada. Estamos muy bien colocados pero queda mucho”. Idéntico razonamiento respecto a los 28 partidos de imbatibilidad: “Están muy bien si sirven para conquistar títulos; si no, no sirven de nada”.
No habrá cien velas, ni 28, en la tarta del centenario de Luis Enrique. De hecho tampoco habrá pastel. En su obsesión por relativizar el entrenador margina los éxitos cotidianos para focalizarse en la victoria final. Es una actitud tan lícita como el derecho del barcelonismo a disfrutar de las curvas del camino, del deleite del miércoles contra el Valencia y del sufrimiento de ayer en el campo del Levante.
“No me comparéis con Pep”, rogó el técnico en su presentación, pero eso es algo inevitable “No me dicen nada las cifras, me interesan los objetivos colectivos a final de temporada”