Roures contra Rosell: no es una querella cualquiera
Sorprende que la gravedad de las acusaciones de Jaume Roures contra el expresidente Sandro Rosell hayan sido contestadas por el club con la sucinta asepsia de un comunicado. Ahora la querella inicia un recorrido que será lento y proceloso. De entrada, tanto la sustancia acusadora como el tono, rotundo e implacable, parecían destinados a suscitar más inquietudes que las provocadas. En vez de simpatizar con la causa del acusador o del acusado, esta vez muchos culés han preferido resoplar de fastidio o responder como Evarist Murtra, que, como presunta víctima del presunto espionaje, admitía que lo único que le preocupaba era el partido de ayer (ganado contra el viento y cierta mecanización de la superioridad por parte del Barça).
Que unas acusaciones tan graves susciten recelos, pereza y una insólita parálisis por parte de los acusados confirma hasta qué punto, cuando el equipo va bien, las disputas extrafutbolísticas se viven como una interferencia inoportuna. Desde un punto de vista ético, no obstante, el éxito y la justicia deberían ser independientes. Pero como llevamos años viviendo un electrochoque jurídico permanente, quizás hemos exagerado nuestra capacidad de no sorprendernos por nada y no fiarnos de nadie. El paisaje descrito por Roures, con grotescos espionajes industriales y connivencias, espías con alma de hackers, pornógrafos aficionados y diálogos propios de gángster de serie B ya era lo bastante deprimente para, además, añadirle la salsa de palabras como miserable, bocazas y chorizo. El comunicado del Barça, en cambio, parece escrito por un experto en cuñas promocionales de laxantes.
El contraste entre la vehemencia com- bativa y el laconismo preventivo oficial tampoco es inocente. Una visión aérea de las diferentes coberturas mediáticas de la querella en Madrid y en Barcelona ya nos proporciona pistas sobre la geopolítica de la información movilizada. Sobre un mapa podríamos marcar la potencia, la intención (e incluso la pestilencia) de los ventiladores que se han puesto en marcha. Y, como siempre, a medida que pasan los días y se instala la sensación inducida que todo responde a oscuras venganzas personales y a intercambios de intereses, la naturaleza de los hechos se disuelve e, interferida por el estrépito de los silencios o por la sinuosidad del ruido, se banaliza.
A primera vista, da la impresión de que, amparado por la presunción de inocencia, el Barça rechaza el cuerpo a cuerpo y gana tiempo. Quizás por eso, Mediapro enfatiza con mayor dureza que la estrictamente necesaria los detalles de la acusación y le añade la pimienta de la sordidez (el sensacionalismo actúa como dopaje amplificador). Sin embargo, suponiendo que a algún culé de buena fe le queden ganas de saber qué ha pasado en el club en los últimos años, explicar los hechos con detalle y rigor y actuar en consecuencia debería ser prioritario. Y, en cambio, el club ha re- cibido las acusaciones con una desgana que puede resultar práctica a nivel jurídico pero que, a nivel de transparencia, fomenta la especulación y la intoxicación.
También es cierto que el estilo de la junta del presidente Bartomeu a menudo recuerda el tancredismo de Mariano Rajoy y que, a veces, no moverse le ha servido para no ser embestido por la realidad. Pero, incluso si fuera así, el club debería hallar el modo de rentabilizar su ejército de comunicación y responder sin ambigüedad la parte de la acusación que afecta a los órga-
Explicar los hechos con detalle y rigor y actuar en consecuencia debería ser una prioridad
nos ejecutivos y a la estructura directiva del Barça. Si no lo hace, se pone al nivel de los que intentan perpetuar el fantasma de la desunión fratricida convertida en pretexto para espolear la propaganda sensacionalista; o, peor aún, para mantener la caricatura de un duelo vengativo entre un cinéfilo trotskista resentido y un pijo adicto a la incontinencia verbal más inmadura.
Reducir el problema a una reyerta privada tendría sentido si las acusaciones fueran anecdóticas (que no lo son). O si los protagonistas de la querella no fueran, por razones diferentes, dos barcelonistas extraordinariamente influyentes en la estructura del negocio actual del fútbol. Y si algo hemos aprendido en estos últimos años de escándalos es que cuando el Barça reacciona despreciando la importancia de una acusación argumentada, siempre se equivoca y siempre acaba perjudicando los intereses del club.