La tercera ola
Nuestras vidas se balancean al compás de choques que golpean una y otra vez. Primero, Lehman Brothers y el estallido de la burbuja de deuda privada en Occidente sobre la que se había apalancado el crecimiento. ¿Cómo se superó? Añadiendo más deuda (en ese caso, pública), con tipos de interés próximos a cero y una banca central comprando títulos de todo tipo, mientras el sector privado comenzaba su doloroso y lento desapalancamiento. Añadan la decisión de China de impulsar su economía con un gigantesco programa de inversión y una inusual política de dinero barato. Todo ello se tradujo, en la primavera de 2009, en aquellos lejanos brotes verdes: las bolsas mundiales, finalmente, reaccionaron a tanto estímulo.
No habíamos tenido tiempo de digerir ese impacto cuando, en verano de 2011, la crisis mutó de carácter y localización: de América a Europa, y de las subprime y sus derivados a la deuda pública del sur (y también, como en España, privada). Esa segunda fase fue específicamente europea ya que en el ínterin los países emergentes tomaron el relevo del crecimiento, apalancados en los estímulos citados y la intensa demanda china. Además, la crisis del euro fue conjurada con la adopción de medidas excepcionales adicionales, desde la creación del MEDE hasta la unión bancaria y, en especial, el activismo del BCE, que se sumó al resto de los grandes bancos centrales en la expansión monetaria.
Con ese bagaje llegamos a hoy, que parece marcar el inicio de una tercera fase de esta crisis. La han precipitado tres elementos. Primero, el final del ciclo expansivo de la economía china, con sus recesivos efectos sobre la demanda de primeras materias y las exportaciones de muchos de sus suministradores. Segundo, las ondas deflacionistas provocadas tanto el hundimiento del petróleo como por la sobreinversión y los excesos de capacidad productiva de China (como muestra el reciente estudio Overcapacity in China, de la European Union Chamber of Commerce in China). Y tercero, por el convencimiento de que ni la política fiscal (ahogada por el volumen de deuda pública) ni la monetaria (colapsada por la adopción continuada de medidas poco convencionales y compras de activos difíciles de digerir) tienen mucho margen de maniobra. Su pólvora, si no mojada, es escasa.
Y ahí es donde nos alcanza el pasado. Desde 2007 el endeudamiento global no ha dejado de aumentar, aunque se ha trasladado a distintos sectores (del privado al público) y países (hacia China y otros emergentes), pero ha continuado creciendo. El desapalancamiento global no sólo no ha concluido, sino que cada vez más aparece como especialmente difícil.
Esta crisis continúa siendo, en lo sustancial, de exceso de deuda, aunque haya ido mutando de países y sectores. Y para reducirla sólo conocemos la inflación, el crecimiento o la condonación. Ninguna de esas soluciones parece hoy viable. Así que continuaremos al pairo, sometidos a esta ducha escocesa de olas sucesivas.
En lo sustancial, esta crisis continúa siendo de exceso de deuda, en otros países y sectores