Nueve meses
NO es fácil pasar del activismo en la calle a la gobernabilidad en los despachos. Una cosa es vestirse de superheroína para reventar un acto de IC (ahora socios) y otra ataviarse para una cena en el Liceu con el Rey. Ada Colau es una mujer lista y con agallas, pero la sensación que da es que sus 11 concejales no permiten la mejor gestión de la ciudad. La poca presencia de los ediles en los distritos es una paradoja para quienes se llenan la boca con los procesos participativos, mientras ellos participan tan poco de la vida de esos barrios que aseguran defender. Colau va camino de nueve meses de mandato y ella y su equipo no han conseguido complicidades con otros grupos hasta el punto de que no podrán aprobar el presupuesto.
Más allá de esta adjetivación huera sobre la Barcelona que propugnan, lo cierto es que los barceloneses desconocemos su proyecto de ciudad. Se ha llegado a proponer el decrecimiento, como si se pudiera mejorar la calidad de vida de los ciudadanos, rebajar las cifras de desempleo o resolver sus déficits sin que la capital catalana crezca. No se quiere más turismo, ni más hoteles, ni más terrazas, ni más inversiones foráneas. Y muchos fondos han buscado otras ciudades para colocar su dinero. Estaría bien que Colau y su equipo explicaran cuál es la ciudad en que se inspiran.
El jueves, el Ayuntamiento presentó su modelo cultural en un acto fallido, por inconcreto, parcial y contradictorio. Como si la cultura con mayúsculas les incomodara. Lo de “la democracia cultural” como concepto desembocó en la frase “la cultura no es lo que pasa en el Liceu, sino en los ateneos populares”. ¿Alguien le ha explicado al concejal Asens lo que hace esta institución para llevar la ópera a las clases populares? Barcelona no puede permitirse tantas dudas y una mirada tan miope. Le quedan tres años a este Consistorio y está a tiempo de ampliar horizontes, no sea que nos deje una ciudad desnortada. E irreconocible.