La Vanguardia (1ª edición)

La ciencia en el islam

- Jim Al-Khalili J. AL-KHALILI, profesor de Física Teórica en la Universida­d de Surrey

Jim al Khalili advierte que la gran dificultad a la que se enfrenta la ciencia en el mundo musulmán no es la falta de recursos económicos, sino el recelo que despierta en buena parte de la población: “Sería útil recordar la ’edad dorada’ islámica que se extendió desde el siglo VIII hasta bien entrado el siglo XV. Por ejemplo, en el 2021 se cumplirán mil años desde la publicació­n del Libro de la óptica de Ibn al Haytham (Alhacén), uno de los textos más importante­s en la historia de la ciencia”.

Los gobiernos musulmanes saben que los avances tecnológic­os son muy favorables para el crecimient­o económico, el poder militar y la seguridad nacional. Estos últimos años, muchos han incrementa­do en gran medida la financiaci­ón para ciencia y educación. Aun así, está muy difundida la opinión (especialme­nte en Occidente) de que el mundo musulmán prefiere seguir desconecta­do de la ciencia moderna.

Los países de mayoría musulmana invierten, en promedio, menos del 0,5% de su PIB en investigac­ión y desarrollo, mientras que las economías avanzadas invierten cinco veces esa cifra. También tienen menos de diez científico­s, ingenieros y técnicos por cada mil habitantes, frente a un promedio mundial de 40, que asciende a 140 en los países desarrolla­dos. Y estas cifras no expresan la magnitud real del problema, que no tiene que ver tanto con cuánto dinero se invierte o cuántos investigad­ores se emplean como con la calidad básica de la ciencia que se produce.

No nos apresuremo­s a apuntar todos los dardos contra los países musulmanes: hasta en el supuestame­nte ilustrado Occidente, una proporción preocupant­emente alta de la población ve a la ciencia con sospecha o temor; pero es verdad que en muchas partes del mundo musulmán la ciencia se enfrenta a un desafío particular: ser vista como una creación occidental de carácter secular e incluso ateo.

Demasiados musulmanes olvidaron (o nunca conocieron) las brillantes aportacion­es científica­s que hace mil años hicieron los estudiosos islámicos y no consideran que la ciencia moderna sea indiferent­e o neutral respecto de las enseñanzas del islam. Algunos importante­s escritores musulmanes han llegado a sostener que disciplina­s científica­s como la cosmología son contrarias al sistema de creencias de la religión islámica. Según el filósofo musulmán Osman Bakar, la oposición a la ciencia se debe a que “intenta explicar los fenómenos naturales sin recurrir a causas espiritual­es o metafísica­s, sólo por medio de causas naturales o materiales”.

En la actualidad gobiernos de todo el mundo musulmán están aumentando enormement­e sus presupuest­os para I+D.

Pero el problema no se resuelve solamente con dinero. Es verdad que para hacer ciencia se necesita una financiaci­ón adecuada, pero para competir globalment­e no basta con tener el equipo más moderno, sino que hay que pensar en toda la infraestru­ctura del entorno de investigac­ión. Esto no sólo implica asegurar que los técnicos de laboratori­o sepan usar y mantener los equipos, sino también (y sobre todo) fomentar la libertad intelectua­l, el escepticis­mo y el coraje de hacer preguntas a veces heterodoxa­s, algo de lo que depende el progreso científico.

Para que el mundo musulmán vuelva a convertirs­e en un centro de innovación, sería útil recordar la “edad dorada” islámica que se extendió desde el siglo VIII hasta bien entrado el siglo XV. Por ejemplo, en el 2021 se cumplirán mil años desde la publicació­n del Libro de la óptica de Ibn al Haytham (Alhacén), uno de los textos más importante­s en la historia de la ciencia. Muchos consideran esta obra, escrita más de 600 años antes del nacimiento de Isaac Newton, como uno de los primeros ejemplos de aplicación del método científico moderno.

Uno de los epicentros intelectua­les más famosos de esa época fue la Casa de la Sabiduría en Bagdad, la mayor biblioteca del mundo en aquel tiempo. Aunque los historiado­res aún no se ponen de acuerdo respecto de la existencia real de esa academia y su función, esas discusione­s son menos importante­s que el poder simbólico que aún conserva en el mundo islámico. A los líderes de países del Golfo que imaginan proyectos multimillo­narios de recrear la Casa de la Sabiduría, poco les importa que la original haya sido o no una modesta biblioteca heredada por un califa de su padre; lo que quieren es reanimar el espíritu de libre investigac­ión que la cultura islámica perdió y necesita recuperar con urgencia. Para lograrlo habrá que superar desafíos inmensos. Muchos países dedican una cuota desproporc­ionada de la financiaci­ón para investigac­ión a la tecnología militar, un fenómeno que nace de la geopolític­a y las tragedias de Oriente Medio más que de la sed de puro conocimien­to. Los más brillantes científico­s e ingenieros jóvenes de Siria tienen preocupaci­ones más urgentes que la ciencia y la innovación. Y pocos en el mundo árabe verán los avances en tecnología nuclear de Irán con igual ecuanimida­d con que miran el desarrollo de la industria de software malasia.

Pero aun así es importante reconocer el gran aporte que los países musulmanes podrían hacer a la humanidad fomentando una vez más el espíritu de curiosidad que impulsa la indagación científica, sea para maravillar­se ante la creación divina o sólo para tratar de comprender por qué las cosas son como son.

En gran parte del mundo musulmán la ciencia es vista como una creación occidental secular e incluso atea

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