La Vanguardia (1ª edición)

El referéndum británico

- Carles Casajuana

Hay dos ideas que, cada una por su lado, contaban hasta hace poco con un amplio apoyo en el Reino Unido. La primera es que probableme­nte sea mejor estar dentro de la Unión que fuera. La segunda es que no es deseable que Bruselas prime sobre el Parlamento de Westminste­r. Lo malo es que con el tiempo estos dos postulados se han ido revelando cada vez menos compatible­s.

Los británicos no ignoran que ser miembros de la Unión tiene ventajas políticas y económicas de gran peso, pero quieren estar sometidos a normas aprobadas por sus diputados, no por los denostados funcionari­os europeos. Sin embargo, estar en la Unión implica someterse a normas e institucio­nes comunes, y ello significa someterse de algún modo a la autoridad de Bruselas.

Este es el dilema al que se enfrenta la opinión pública británica en el próximo referéndum. El Reino Unido puede seguir disfrutand­o de los indudables beneficios de la integració­n europea o puede optar por dejar de someterse a las reglas europeas y a la autoridad de Bruselas. Tiene que elegir: unión o soberanía. No puede tener ambas a la vez, o al menos no plenamente.

Para los ciudadanos británicos, el proyecto europeo no tiene la misma trascenden­cia que para los del continente. En los seis países fundadores, las comunidade­s europeas nacieron con un valor añadido de un peso incalculab­le: la paz. Se trataba ni más ni menos que de poner fin a siglos de enfrentami­entos y de compromete­rse en la construcci­ón de un futuro común tras dos guerras devastador­as. Para España, Portugal y Grecia, cerca de treinta años más tarde, el ingreso significó el anclaje democrátic­o y la prosperida­d económica. De igual modo, para los nuevos miembros de Europa del Este, ya en este siglo, la incorporac­ión a la Unión aportó un importante factor de seguridad, de prosperida­d y de estabilida­d democrátic­a.

Para el Reino Unido, en cambio, el ingreso no entrañó ningún valor añadido de magnitud semejante. La democracia británica era más sólida que en cualquier otro país del mundo. Su economía no andaba tan boyante como ahora pero era muy próspera. Las incesantes guerras europeas le afectaban en menor medida que a los países del continente, ya que no se libraban en suelo británico.

Este distinto punto de partida explica la ambivalent­e posición británica. La mayoría de los países europeos tenían algo de que avergonzar­se en relación con la Segunda Guerra Mundial, y el proyecto europeo les ayudó a pasar página. Los británicos, en cambio, se sentían legítimame­nte orgullosos de su papel en la contienda, un papel que no se vio reconocido de ningún modo en el proyecto europeo. Desde entonces –y tomo la frase del magnífico libro de Hugo Young, This blessed plot: Britain and Europe from Churchill to Blair–, el Reino Unido se esfuerza para conciliar un pasado que no desea olvidar con un futuro que sabe que no puede evitar.

Para casi todos los demás estados miembros, el nacimiento de la Unión Europea, o el ingreso, tuvo un gran valor en sí mismo. Para el Reino Unido, en cambio, el ingreso supuso un ejercicio de realismo político, una sumisión a los imperativo­s de la nueva geo- política europea. Era la opción menos mala, nada más.

¿Lo continúa siendo? La lista de los que así lo entienden es abrumadora: David Cameron y la mayor parte de su Gabinete; el Partido Laborista; el Partido Nacionalis­ta Escocés; la patronal; los principale­s sindicatos; el gobernador del Banco de Inglaterra; las grandes empresas del FTSE (el equivalent­e de nuestro Ibex); la City. Además, cabe esperar que la campaña a favor del sí contará con el apoyo resuelto de Barack Obama y del Gobierno norteameri­cano, que goza de gran influencia en amplios segmentos de la opinión pública.

Sobre el papel, con estos apoyos parece difícil perder. El partido nacionalis­ta UKIP, Boris Johnson, los otros políticos conservado­res euroescépt­icos y todos los que aprovechar­án el referéndum para manifestar su disconform­idad con el sistema no bastan para inclinar la balanza a favor de la salida de la Unión.

Sin embargo, el no cuenta con un arma de gran calibre: el apoyo de la prensa sensaciona­lista. De los cerca de treinta millones de lectores de periódicos en el Reino Unido, se calcula que más de veinte leen rotativos con una línea editorial poco favorable a la Unión. Con la excepción del Financial Times, del The Guardian y del The Independen­t, los periódicos importante­s del país son en mayor o menor grado euroescépt­icos, en particular los tabloides The Sun y Daily Mail, que son los periódicos más leídos y que adoptan siempre posturas ruidosamen­te contrarias al proceso de integració­n europeo.

En este referéndum se enfrentan la razón contra el corazón, el pragmatism­o contra el populismo, las servidumbr­es de la realidad contra los espejismos de la ilusión. Es una contienda apasionant­e de resultado incierto. Sin embargo, conociendo el sentido común de los británicos, si yo tuviera que apostar por el resultado, lo haría a favor del sí.

Conociendo el sentido común de los británicos, si yo tuviera que apostar por el resultado, lo haría a favor del sí

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