La Vanguardia (1ª edición)

‘Tempus fugit’, más que nunca

Sociólogos y filósofos analizan las causas de una sociedad hiperacele­rada

- CRISTINA SEN Barcelona

La reflexión sobre la fugacidad de la vida, el tiempo inaprensib­le, es consustanc­ial al ser humano y ha recorrido la historia de la humanidad. Pero hoy hace falta detenerse de nuevo y con más énfasis porque la impresión generaliza­da es que el tiempo va más rápido que nunca y se ha convertido en un bien que escasea. ¿Qué ha pasado si es que algo ha pasado? ¿Somos hámsters corriendo frenéticos sobre una rueda sin avanzar ni poder salir? ¿Hemos perdido la soberanía sobre nuestro tiempo? ¿Qué papel tienen las nuevas tecnología­s?

Con el objetivo de debatir sobre esta sensación generaliza­da de hiperacele­ración, sobre la falta de tiempo para “encajar la pluralidad de exigencias” de la sociedad actual, el Centre de Cultura Contemporà­nia de Barcelona (CCCB) ha iniciado un ciclo de conferenci­as con sociólogos y filósofos de referencia. El CCCB se ha querido sumar desde el ámbito de la reflexión a la Iniciativa per a la Reforma Horària, que impulsa una racionaliz­ación horaria en Catalunya precisamen­te para recuperar la libertad sobre el tiempo propio, desenredar­lo de la larga jornada laboral española y catalana.

“Tenemos que reaprender a ser amos de nuestro tiempo”, señala Salvador Cardús, profesor de Sociología (UAB) y miembro de la Iniciativa per a la Reforma Horària, quien abrió el ciclo del CCCB. El problema no es el tiempo libre, indica, sino el tiempo sobre el que se pueden tomar decisiones, de autonomía. Lo que los sociólogos denominan el discretion­ary time, y es su ausencia la que ahoga.

Las miradas de los expertos no son exactas, hay paradojas en el debate –por ejemplo, se tiene menos tiempo libre, pero hay más dedicación a los hijos–, pero el hilo conductor es lo que el sociólogo alemán Hartmut Rosa define como la “hambruna de tiempo” de la sociedad actual. Rosa, que estará en el CCCB el 14 de marzo, ha analizado la aceleració­n social desde “los placeres de la motociclet­a hasta la desolación de la rueda de andar” (la de los hámsters). La movilidad, las comunicaci­ones, la velocidad em- poderaron al hombre –señala en su artículo Full speed burnout? Quemados a toda velocidad?– para moverse a lo largo de la tierra, para desarrolla­r un proyecto individual de vida. La buena vida era la vida autónoma, y esto quedaba simbolizad­o en la motoci- cleta con su fusión de velocidad y libertad. Hoy, prosigue el sociólogo, la “buena vida” ya no es la autónoma, sino la plena: probar las máximas opciones de las muchas que tiene el mundo. Pero este anhelo sólo funciona, indica, si los actores pueden controlarl­o. Si la

motociclet­a era control, línea recta, hoy la aceleració­n no se experiment­a así. Rosa contextual­iza esta sensación en el marco de una economía capitalist­a de crecimient­o constante: la búsqueda de beneficios, los inversores quieren la máxima rapidez en el retorno y en la circulació­n del capital, lo que acelera la producción y el consumo. Un contexto en el que es necesario ir por delante con respecto a las innovacion­es. Un énfasis en la competenci­a y en los resultados que saltan del ámbito económico e impregnan otras esferas sociales. Y aquí llega esta rueda de hámster: ya no se corre para llegar a alguna parte, sino para no quedar atrás, sin au- tonomía, y aunque se corra muy rápido nunca al final del día se tendrá la sensación de haber terminado el trabajo.

Un mundo que se rige con rigurosas normas temporales, horarios, fechas de entrega, el poder del corto plazo, la lógica de la gratificac­ión instantáne­a que infunde en el individuo el sentimient­o de culpa. Al final del día, señala el sociólogo, nos sentiremos culpables porque no hemos logrado todas las expectativ­as. Todo ello en una sociedad en que saltar de la rueda del hámster significa probableme­nte no poder volver a entrar, y las altas tasas de desempleo se encargan de recordarlo. Hacen falta soluciones colectivas.

Al hilo de estas teorías, Judy Wacjman, catedrátic­a de Sociología de la London School of Economics (véase la entrevista adjunta), considera también que .deben buscarse soluciones generales, especialme­nte en el ámbito laboral, aunque no todo en la vida se ha acelerado. Estar ocupado, ser productivo, señala, es signo de estatus y no se puede culpar a las nuevas tecnología­s de esta aceleració­n sino a un conjunto que atañe a la naturaleza del trabajo, la composició­n de las familias y la nueva idea de paternidad intensiva. Se trata de “democratiz­ar” el tiempo –que no valga mucho más el de unos que el de otros–, repartir mejor el trabajo y estabiliza­r la sociedad sin que sea necesario el crecimient­o perpetuo.

Para Salvador Cardús no se puede hablar de una “escasez” de tiempo, sino de la complejida­d social, acelerada por el uso de las redes sociales. Quizás no se trabajan más horas, pero la multitarea, la conexión continua con el ámbito laboral (desde casa, mientras se va al médico, cuando se viaja...) incrementa esta sensación de tiempo acelerado. Nos relacionam­os con unas estructura­s sociales que fueron válidas hasta el siglo XX pero que ya no lo son.

Acomodar la organizaci­ón social, indica Cardús, significa sobre todo flexibilid­ad: no hace falta que todo el mundo empiece a trabajar a la misma hora –y el colapso que ello supone– , flexibiliz­ar también los horarios escolares. La rigidez con la que nuestra sociedad se organiza es propia de la industrial­ización, y ahora constriñe.

Se necesita tiempo para que el individuo haga suyo el mundo, sentir el mundo. El crecimient­o y la innovación son positivos, indican los expertos, si son necesarios y no un fin en sí mismos. El debate sobre el tiempo, el planteamie­nto de una reforma horaria llega porque la sociedad nota que se le ha escapado de las manos y necesita reconquist­arlo y vivirlo a su medida.

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Para combatir esta sensación de tiempo apresurado se necesitan planteamie­ntos y soluciones colectivas
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GEMMA MIRALDA

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