La Vanguardia (1ª edición)

La mosca muerta

- Susana Quadrado

Fue ver la fotografía de Zuckerberg desfilando hacia el escenario, en medio de una sala llena de hombres y mujeres con sus gafas de realidad virtual, y recordar el vídeo de Obama matando a una mosca. ¿Se acuerdan? Es probable que no porque han pasado ya unos años, seis o siete. El vídeo sigue colgado en YouTube. Obama no acababa con el animal de cualquier modo, sino que lo aplastaba con rabia contra su mano. Después, indicaba al cámara dónde había caído para que lo viera todo el planeta. Plano corto y... allí yacía el bicho, en la alfombra, agonizante, con las alas rotas, en una postura imposible, quizá muerta y con el abdomen reventado de la paliza.

Ya lo sé. Era solo una mosca, y hay millones de moscas. ¿Y qué es una mosca menos? De acuerdo, pero la brutalidad de la acción resultaba casi impúdica.

Si la foto del rey de Facebook en el Mobile World Congress me impresionó fue porque sentí que esos cientos de congresist­as conectados a un aparato de realidad virtual son como la mosca del vídeo de Obama. Millones y millones de moscas distraídas cuyo destino no es otro que morir liquidadas de un manotazo por quien se ha convertido en el amo del mundo.

Hubo un tiempo en que la lectura, un libro por ejemplo, fue una conquista. Hoy, la conquista está en otra parte, en la tecnología. La realidad virtual es sólo el primer paso. El siguiente puede que sean los chips implantado­s detrás de la oreja, en la nuca, en el ojo... La imagi- nación ya no es libre, como la que brindan los libro, sino que viene impuesta. El manual de instruccio­nes de cada nuevo artilugio garantiza sesiones de bienestar mental parecidas a una tarde en un fumadero de opio. La pregunta es adónde nos lleva todo esto y si vale la pena.

Imagínense una pareja sentada en el sofá, cada uno con una de esas gafas de realidad virtual. Él y ella. Podrían estar acariciánd­ose, besándose o, simplement­e, haciéndose compañía. Volando. En lugar de eso, su cerebro estará jugando, viajando sin moverse del sitio, buscando una playa idílica, un lugar escondido donde hacer el amor, y se excitarán sólo con esa idealizaci­ón. Puede que creen su avatar, más esbelto, más perfecto, menos humano. Bastarán los pensamient­os y una tecnología avanzada para dar carta de realidad a una ficción. Podrán ambos entrar y salir de la escena, y será imposible saber en dónde se encuentra cada uno, qué ha hecho y con quién. Ajenos el uno al otro en el sofá. Estarán atrapados, a punto de recibir el manotazo.

No hay mejor definición de la soledad.

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FACEBOOK Zuckerberg, en una presentaci­ón en el Mobile
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