La Vanguardia (1ª edición)

La ciudad mágica

Tánger es la puerta de entrada a África y mantiene el embrujo que atrajo hacia sus calles a decenas de artistas y vagabundos

- ADOLFO S. RUIZ Sevilla

Espejo donde se observa lo exótico, en los últimos cien años Tánger ha fascinado a todo tipo de artistas, escritores, personajes enigmático­s y aventurero­s. La mayoría fueron aves de paso, pero a todos la ciudad les otorgó una ciudadanía, un pasaporte vital.

La puerta de entrada a África ha sido, y en alguna medida sigue siendo, una de las más interesant­es y misteriosa­s ciudades de Marruecos. Mezcla de las tres grandes culturas que la habitan (musulmana, cristiana y judía) ni siquiera es una ciudad bonita, como pueden serlo Casablanca y Marrakech, pero no existe ninguna otra que pueda atesorar la categoría de ciudad cosmopolit­a, multicultu­ral, de ser una auténtica ciudad de los sentidos. La conocida película Casablanca reflejaba en realidad lo que era Tánger durante la Segunda Guerra Mundial.

El Tánger de hoy es una ciudad distinta, mucho más acorde al espíritu marroquí y menos internacio­nal, pero el viajero que guste de buscar las huellas de su pasado esplendor aún tiene posibilida­d de hacerlo. La Tanjah de los árabes alcanzó su máximo esplendor en la década de los años cincuenta cuando a su reclamo exótico y libertino acudieron gentes de toda condición y nacionalid­ad, asfixiados por las dificultad­es de la posguerra y ansiosos de nuevas experienci­as, entre las que se incluían las drogas y el sexo fácil con adolescent­es.

Por Tánger pasaron en uno u otro momento André Gide, Truman Capote, Jack Kerouac, William Burroghs, Juan Goytisolo, Gertrude Stein, Tennessee Williams o Mick Jagger entre muchísimos otros. Y por supuesto Paul Bowles, el único que se quedó a vivir durante cinco décadas y hasta su muerte, escritor maldito que definió a la ciudad como “una sala de espera entre conexiones, una transición de una manera de ser a otra”.

Pero Tánger también ha estado históricam­ente unida a España por su proximidad a Tarifa, apenas catorce kilómetros que modernos ferries trasladan hoy en día a centenares de personas de una orilla a otra en poco más de media hora. La huella española hoy está cierta- mente diluida desde que las autoridade­s abandonaro­n a su suerte el mítico teatro Cervantes, punto de reunión y solaz de la amplísima colonia hispana, de la que hoy apenas quedan representa­ntes, escenario por el que pasaron todas las grandes estrellas de la época.

Visita obligada es la medina amurallada de Tánger, formada por una infinidad de callejuela­s llenas de bazares y tiendas de productos locales. Lo mejor es andar sin rumbo por sus calles y aprove- char la visita para comprar dulces típicos, lámparas de colores, aceite de argán o una alfombra que los vendedores son capaces de hacer pasar por la auténtica de Aladino.

En la parte superior de la medina se alza la kasba, la fortaleza militar que presidía la ciudad en cuya puerta principal, llamada Bab el Assa, se ahorcaba a enemigos y maleantes. Es muy interesant­e una visita al Museo de la Kasba, que siglos atrás fue residencia del sultán, cárcel y juzgado. El edificio del siglo XVII se distribuye alrededor de dos patios porticados por columnas de mármol y arcos revestidos de azulejos que dan paso a la sala del trono. También se agradece una visita a la calle de las sinagogas, entre las que destaca la de Massaat Nahom, la más importante. Para reponer fuerzas es muy recomendab­le una limonada a la menta en la terraza de Le Salon Bleu.

Entre la medina y la ciudad nueva aparece el Gran Zoco o plaza del 9 de abril de 1947, un fantástico lugar para admirar la animada vida de la ciudad y donde se alza la mezquita de Sidi bou Abid, que data de 1917 y posee un bello alminar de azulejos polícromos. Cerca se encuentra el parque de la Mendubia, un buen lugar para disfrutar de la cultura marroquí y su estilo de vida, repleto de árboles exóticos.

Edificio con historia es la Legación Americana, que data de 1821 y acaba de inaugurar una zona dedicada al escritor Paul Bowles. Ahora contiene una interesant­e colección de muebles antiguos, fotografía­s, mapas y todo tipo de objetos pertenecie­ntes a la época dorada en la que Tánger era polo de atracción para decenas de estadounid­enses.

La Gran Mezquita, fundada por Moulay Ismail en 1684, se alza en un espacio que ya fue referencia para los romanos y ocupada por las numerosas civilizaci­ones que se asentaron en Tánger.

Otro de los lugares legendario­s es el Café de París, situado en la plaza Francia, lugar en el que se daban cita los espías de las diferentes potencias que combatían en la Segunda Guerra, así como el Café Hafa, situado frente al estrecho de Gibraltar, con sus hileras de terrazas escalonada­s sobre un acantilado. Una cena en el Morocco Club, el restaurant­e de moda, o en Villa Josephine, con sus exuberante­s jardines, son el punto final ideal para la jornada de visita.

El escritor Paul Bowles se quedó a vivir en Tánger durante cinco décadas y hasta su muerte

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KRISTEN ELSBY / GETTY La medina amurallada de Tánger está formada por una infinidad de callejuela­s llenas de bazares y tiendas de productos locales
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WOLFGANG KAEHLER / GETTY Un puesto de aceitunas en la medina de Tánger

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