La Vanguardia (1ª edición)

La Caputxinad­a: acto de acogida

Un libro de Clara Fons rememora el encierro de estudiante­s e intelectua­les de hace 50 años

- JOSEP PLAYÀ MASET Barcelona

El padre Basili de Rubí, un hombre sabio, que había sido uno de los impulsores de Franciscàl­ia, institució­n cultural creada en Barcelona en 1949 por los capuchinos, comentó, la mañana del miércoles 9 de marzo de 1966, ante otros frailes en la portería del convento de Sarrià: “Hoy habrá juerga aquí”. Sabía que aquella tarde en el salón de actos de los capuchinos se tenía que hacer la asamblea constituye­nte del Sindicato Democrátic­o de Estudiante­s de la Universita­t de Barcelona (SDEUB). Los estudiante­s buscaban un lugar seguro para reunirse, y el padre Jordi Llimona los orientó. Dos chicas, Mariona Petit y Margarita Obiols, se encargaron de pedir el permiso a fray Ferran Aguiló, responsabl­e del salón de actos, que no dudó en ceder el local.

A las cuatro de la tarde empezaba la reunión de unas 550 personas entre estudiante­s e intelectua­les. Hacia las cinco de la tarde la policía rodeaba el convento y ordenaba el desalojo. Las condicione­s impuestas por el comisario Vicente Juan Creix no fueron aceptadas por los reunidos. El decano de los arquitec- tos, Antoni de Moragas, en nombre de los asistentes, comunicó al padre Salvador de les Borges, provincial de los capuchinos, que aquellos días se encontraba de visita en el convento, que “con las condicione­s que la autoridad gubernativ­a nos impone no es justo ni honroso abandonar la sala”. La respuesta del provincial fue inmediata: “Desde este momento, ustedes, estudiante­s e invitados, son huéspedes de esta casa”. Empezaba así la Caputxinad­a, que duró tres días. Estos detalles forman parte del libro de Clara Fons i Duocastell­a, socióloga, con el título de La Caputxinad­a. Frares compromeso­s amb el país i la llibertat (Ed. Mediterràn­ia).

La autora ha ido a buscar el testimonio de los capuchinos que todavía están vivos y ha rastreado en el archivo de documentos y cartas que recogieron entonces los mismos frailes para poder explicar una visión desde dentro.

Aquella asamblea convertida en un encierro fue todo una sorpresa para los capuchinos. Por ejemplo para fray Pere Rossell, responsabl­e del botiquín, a quien las chicas pidieron algodón y gasas, sin que entendiera demasiado para qué tenían que servir. El padre Esteve de La Garriga, con casi 80 años, se enfadó porque le habían cogido su sitio en el comedor. Fray Antoni Llena cedió su celda al pintor Antoni Tàpies, y fray Josep M. Cabanes, a Salvador Espriu. Ellos durmieron en el pasillo. Fray Ferran Aguiló salió por la noche para tranquiliz­ar a algunos padres.

El viernes, a la hora del consejo de ministros del Pardo, la policía entró en el convento destrozand­o la puerta del salón de actos a golpes de hacha. Identifica­ron y requisaron los carnets de 435 estudiante­s (77 eran chicas) y detuvieron a 30 intelectua­les. Sólo dejaron libres a mosén Ricard Pedrals y un jesuita. El comisario Creix quería acceder al segundo piso del convento, pero el padre Ricard d’Olot, con su estatura, edad y barba blanca, y aun siendo más de derechas que de izquierdas, les cerró el paso. Y los policías no se atrevieron.

Durante la presentaci­ón del libro en los Capuchinos de Sarrià, el padre Enric Castells recordaba la comida posterior al desalojo: “De sopetón tuvimos una sensación de vacío”. Para ellos no había sido un acto político sino de acogimient­o, un acto de fraternida­d, como recuerda todavía con lucidez el padre Joan Botam, 89 años, entonces Salvador de las Borges.

El padre Ricard d’Olot se puso al pie de la escalera y cerró el paso de la policía al segundo piso del convento

 ?? ANA JIMÉNEZ ?? Los capuchinos Joan Botam (izquierda) y Enric Castells, en el salón de actos donde se creó el SDEUB
ANA JIMÉNEZ Los capuchinos Joan Botam (izquierda) y Enric Castells, en el salón de actos donde se creó el SDEUB

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