La Vanguardia (1ª edición)

Andrea Camilleri

ESCRITOR

- EUSEBIO VAL Roma. Correspons­al

El escritor más popular de Italia está casi ciego pero sigue dictando a su asistente las aventuras del comisario Montalbano que imagina su lúcida mente. En su piso de Roma, el autor siciliano (90) explica a La Vanguardia su método de trabajo.

Andrea Camilleri (Porto Empedocle, 1925), el escritor más popular de Italia, con decenas de millones de libros vendidos en todo el mundo, está casi ciego, pero sigue dictando a su asistente las aventuras del comisario Montalbano que imagina su mente, aún extraordin­ariamente lúcida. El próximo 1 de abril se publica en castellano (Salamandra) la entrega número 24 de la serie. En su piso de Roma, entre cigarrillo y cigarrillo, el autor siciliano explica a

La Vanguardia su método de trabajo, qué piensa de la Italia y la Europa actuales, su recuerdo del fascismo y cómo encara la vejez.

¿Cómo se ve el mundo desde sus 90 años? Lo veía mejor cuando tenía 25. No por una cuestión de juventud sino porque salíamos de la guerra. Italia estaba destrozada y había que reconstrui­rla. Había un grandísimo entusiasmo, una grandísima vitalidad. Sucedía en todo el mundo, en Estados Unidos, en Japón, en Inglaterra. Veníamos de una guerra que había sido desastrosa, también para los vencedores. Había, pues, un gran deseo de vivir, de reconstrui­r y de hacer cosas. ¿Y cómo ve ahora Italia? Italia está un poco hecha trizas. Hay demasiadas divisiones, un futuro oscuro. Me sabe mal dejar a mis nietos, en herencia, un fracaso.

¿Qué piensa de esa prisa de Matteo Renzi por reformar el país? ¿La comparte? Comparto la idea de la necesidad de las reformas. Pero no creo en las reformas hechas a golpe de moción de confianza (parlamenta­ria), de la prevalenci­a ocasional de unas mayorías forzadas y temporales. No soy renziano sino más bien lo contrario. Más que en Renzi confío en los italianos. En general, cuando se les pone entre la espada y la pared, tienen capacidad de reacción. Usted siempre ha sido un hombre de teatro. ¿Qué le parece Beppe Grillo, un actor convertido en político? Grillo siempre ha sido un cómico de monólogos, nunca un verdadero hombre de teatro. El teatro es una triangulac­ión entre el autor, los actores y el público. Su mérito es haber reunido en su movimiento las exasperaci­ones sociales que podrían haber tenido salidas peligrosas. Ha sido una válvula de escape muy importante. Pero ahí se acaba todo, porque en cuanto conquista un municipio entra en colisión con el alcalde de su propio partido. En el momento de gobernar se ponen de manifiesto todas las dificultad­es de

la falta de preparació­n política.

En su serie sobre Montalbano hay pocas alusiones políticas, pero sí algunas ironías sobre la burocracia, la evasión fiscal, los “parlamenta­rios complacien­tes”, la mafia y hasta el estado deplorable de las carreteras. ¿Le gustan esas ironías? Sí, me gustan, porque Montalbano es un hombre de su tiempo. Vive como cualquier otro ciudadano italiano y topa con los mismos problemas. ¿Por qué no hablar de ellos? Él tiene el arma de la ironía.

También sobre la corrupción. Sí, la corrupción se extiende con rapidez. A veces se dice que Roma es corrupta, pero que Milán tiene anti- cuerpos. ¿Pero cómo puede afirmarse eso cuando, ayer mismo, 21 personas, entre ellas un importante consejero regional (en Lombardía), fueron detenidas? Todo el país está infectado. Acabemos con las subdivisio­nes regionales. Todo el país está enfermo.

Su Sicilia vuelve a ser una frontera muy viva, con el problema de la inmigració­n. ¿Sigue este asunto? Claro que sí. He presenciad­o desembarco­s. Siempre digo que hay que poner atención porque lo que ocurre es sólo la punta de un iceberg y estamos destinados a tener el iceberg en casa. Es una migración bíblica. Europa ha permanecid­o sorda. Hemos sido los países del sur, como Italia, España y Grecia, los que comprendim­os lo que estaba sucediendo. Y ahora Europa se arriesga a disgregars­e, a romperse, a desaparece­r. Si empezamos a cerrar fronteras, ¿qué nos une, el euro? Seamos serios. Una Europa sin ideales no es Europa. No podemos poner alambres de espinos porque los saltarán. La desesperac­ión, el miedo y el instinto de superviven­cia son más fuertes.

En un libro escribió que “todo llega al sur con mucho retraso, como una ola perezosa”. Es así. Sucedió con el fascismo. Tuvo su epicentro entre Milán y Roma.

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. Andrea Camilleri, en su piso de Roma; el escritor, de 90 años, logra ser tan prolífico porque madruga y se sienta a escribir, sin esperar que le llegue la inspiració­n

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