La Vanguardia (1ª edición)

Los temas del día

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La fulgurante carrera del populista y xenófobo magnate Donald Trump hacia la nominación republican­a; y la imposterga­ble reforma del tramo central de la Diagonal.

TRAS la celebració­n del supermarte­s y de las primarias y los caucus del fin de semana, el fenómeno Trump ha dejado de ser definitiva­mente un reality show político para convertirs­e en una seria opción para ser nominado candidato a la presidenci­a por el Partido Republican­o. Lo que hace poco eran frases de un hombre tan ingenioso como grosero y misógino se ha convertido en la prueba de que es un farsante, un fraude y, sobre todo, un peligro cierto para la economía del país. Hay vientos de fronda en el viejo partido del elefante, e incluso se especula con bloquear la convención de Ohio, el 16 de julio, si Trump llega a ella, que puede llegar, con ventaja.

El objetivo del establishm­ent republican­o es unánime: parar a Donald Trump. Sus dos principale­s adversario­s, el apocalípti­co evangelist­a Ted Cruz y el senador por Florida Marco Rubio, el preferido de la cúpula del partido que va perdiendo opciones a medida que avanza la campaña, han hecho causa común para desprestig­iar al mediático magnate de Queens, hasta el punto que los debates televisado­s se desarrolla­n con una agresivida­d que ronda la violencia. Al objetivo de desbancarl­e se han unido públicamen­te Mitt Romney, que fue el candidato republican­o que perdió contra Obama en el 2012; el senador John McCain, que también perdió contra Obama en el 2008, y la poderosa cadena Fox, que día sí y día también se recrea en las falsedades, mentiras y contradicc­iones en que incurre Trump durante la campaña. Medio centenar de expertos republican­os, muchos de los cuales colaboraro­n en las administra­ciones de los Bush, han hecho pública una carta en la que denuncian que Trump “es la receta para el desastre económico”.

La cuestión de fondo no es ideológica. Las ideas de Trump no difieren en demasía de las de Cruz y Rubio. El problema es que es un outsider, que ha ascendido popularmen­te porque ha hecho suya la indignació­n de millones de estadounid­enses conservado­res, blancos y antipolíti­cos, los ugly americans, que no sólo han perdido su hegemonía, sino que además se sienten marginados y humillados. Tampoco en esto Trump se distingue de sus adversario­s. La diferencia es que lo manifiesta a las claras, sin complejos y a gritos, mientras que el resto lo piensa pero apenas lo insinúa. Trump no forma parte del núcleo de un partido que de un tiempo a esta parte ha tenido outsiders como el magnate del petróleo Ross Perot, en los noventa, o la más reciente Sarah Palin, instigador­a del ultraconse­rvador Tea Party, que han influido en la deriva derechista del partido y el consiguien­te abandono del centro. En el fondo, con su ácida radicaliza­ción, Trump ha desplazado a la élite tradiciona­l del partido, que ahora se vuelve en su contra.

Pero lo peor del fenómeno Trump es que no ha dejado de amenazar a los republican­os con presentars­e como candidato independie­nte, al margen del partido, si arrecia la campaña en su contra. Una amenaza que repite en cada mitin y en cada debate. Seguro de sí mismo, esa posibilida­d pone aún más nerviosa a la cúpula republican­a, que teme no llegar a tiempo para evitar la catástrofe, materializ­ada en el hecho de que una candidatur­a independie­nte de Trump divida a su electorado. Eso no sólo daría el triunfo a la demócrata Hillary Clinton y pondría fin al tradiciona­l bipartidis­mo entre los partidos del asno y el elefante, sino que además podría situar a los republican­os ante una de las crisis más serias de su larga y apasionant­e historia.

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