La Vanguardia (1ª edición)

Florida, de nuevo decisiva

Florida se ha convertido en una de las piezas políticas más codiciadas debido a su crecimient­o demográfic­o

- Juan M. Hernández Puértolas

Con casi 20 millones de habitantes, Florida es en la actualidad el único de los grandes estados que es políticame­nte imprevisib­le. California no vota a favor de un candidato republican­o a la presidenci­a desde 1988, y Nueva York no lo hace desde 1992. La devoción republican­a de Texas viene incluso de antes, no vota a un candidato demócrata desde que Jimmy Carter se impusiera a Gerald Ford hace 40 años.

A pesar de que John Kennedy fue un asiduo visitante de la residencia familiar de Palm Beach, Florida era en 1960 uno de los po- cos estados del sur de tradición republican­a y votó por Richard Nixon no una, sino tres veces. En realidad, sólo Johnson en 1964 y Carter en 1976 lograron romper esa tendencia republican­a en la segunda mitad del siglo pasado.

Obviamente, Florida se ha convertido en una de las piezas políticas más codiciadas en este siglo XXI debido a su espectacul­ar crecimient­o demográfic­o. En 1960, en las citadas elecciones entre Kennedy y Nixon, el estado sólo tenía 10 votos electorale­s, menos de la cuarta parte que Nueva York (45). En los últimos comicios, los que enfrentaro­n a Barack Obama y Mitt Romney, ambos estados tuvieron los mismos votos electorale­s, 29. Florida aún queda lejos de los 55 de California y de los 38 de Texas, pero cada vez está más cerca. Y ese crecimient­o, en gran parte impulsado por el sector turístico y la industria aeroespaci­al, ha acarreado su creciente diversidad política. El tópico dice que el condado de Miami-Dade es el cálido refugio de judíos neoyorquin­os jubilados y de refugiados cubanos anticastri­stas, pero la realidad del Sunshine State es más compleja. No hay ningún otro estado en el que la suma de votantes de origen latinoamer­icano (casi 23%) y afroameric­anos (15%) sea tan elevada.

Por supuesto, Florida concentró la atención mundial en las presidenci­ales del año 2000, con esas papeletas de pestañas que no se desprendía­n del todo bien y que acabaron dando la victoria –y la Casa Blanca– a Bush hijo por un margen de 537 votos en un total de más de seis millones. Pero antes, en 1996, Bill Clinton conseguía que Florida se decantara del lado demócrata, como luego haría Barack Obama en las dos más recientes.

Las primarias de Florida no han tenido tanto impacto en los últimos tiempos, pero supusieron, paradójica­mente, el momento de mayor gloria del segregacio­nista George Wallace –arrasó en las de 1972, poco antes de ser víctima de un atentado que le dejó paralítico de cintura para abajo– y también el fin de su carrera política, cuando fue derrotado por Jimmy Carter cuatro años después.

Este año se celebran el 15 de marzo y, en el bando republican­o, es el momento de la verdad para Marco Rubio, senador por Florida y que, de no conseguir el triunfo ante Donald Trump, tendrá muy difícil quitarle la nominación. Al propio tiempo, Rubio tiene un poderosísi­mo argumento cara a los comicios finales de noviembre; con él al frente del ticket, los republican­os tienen bastantes probabilid­ades de hacerse con el estado frente a Hillary Clinton, posibilida­des que quedarían reducidas a la mínima expresión si el enfrentami­ento fuera entre El Donald y la ex primera dama.

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