Ligar, fumar, soñar
Es Joaquín Luna el gran seductor de esta casa? ¿Su vida es un sinvivir? ¿En las estadísticas de enredos sexuales se sale de la gráfica? ¿O es sólo una impostura –el famoso postureo– y sus columnas no son más que las aventuras y desventuras de un divorciado trasnochador –la vida de un single, como dicen ahora–, fruto de su imaginación de articulista?
¿Quim Monzó se ha convertido en un fumador empedernido? ¿Es verdad que se fuma paquete y medio cada día como relataba en su columna del 22 de febrero? ¿O es sólo uno más de sus cuentos? ¿De verdad se ha hecho okupa porque en el estudio donde escribe ya no le caben los libros, como refirió en uno de sus artículos en la época de Can Vies? ¿O también es fruto de su desbordante imaginación?
En las cartas de los lectores, aparecen de vez en cuando diatribas contra algunos de estos artículos por hacer apología del sexo y del tabaco. ¿Es verdad lo que narra el artículo que molesta al lector? ¿Es real su queja? ¿Qué es real y qué juego literario?
El pasado martes, en el Ateneu Barcelonès, Elisenda Solsona presentó Cirurgies (Voliana Edicions), una recopilación de cuentos cortos, a veces sorprendentes, a veces aterradores, como la bolsa de tinta que se le forma al escri- tor y que tiene que acabar vertiendo. Muriel Villanueva, que ha escrito el prólogo, y Roger Coch interpretaron un par de cirurgies que ellos mismos han musicado, y la guionista Laia Aguilar glosó la obra. En primera fila, una persona con cabeza de águila asistía al acto impasible. Recordaba al pájaro que aparece en la portada del libro y a quien la autora había invitado. También invitó a su pareja, Pol Fuentes, que leyó uno de los relatos que, según explicó, estaba basado en una historia suya con una antigua novia y que Solsona había reflejado “bastante bien”.
Las cirurgies son fruto de los sueños y las pesadillas de la autora, que de niña prefería ver Pesadilla en Elm Street en bucle que las películas de Disney. Harta de tantos cadáveres, su abuela la retó con mil pesetas a ver si era capaz de escribir un cuento donde no hubiera muertos. Solsona, motivada, relató todo tipo de catástrofes y accidentes, pero sin muertos, y la abuela tuvo que pagar.
Hasta aquí, todo controlado. En la presentación, sin embargo, apareció un compañero de estudios de Solsona caracterizado como un personaje que la prologuista había imaginado: un hombre trajeado, hierático y silente, que cada día se nos aparece y nos regala un caramelo envuelto en una cirurgia. La ficción se convirtió en realidad fuera del control de la autora... y la inquietó. Ella, la niña de Elm Street, fue víctima de su propia ficción.
“Y los sueños, sueños son”.
De niña, Solsona prefería ver ‘Pesadilla en Elm Street’ que las películas de Disney