La Vanguardia (1ª edición)

La estrategia del ratón

Trabajador­es del metro, hartos de que se permita a los manteros refugiarse en los andenes, se indignan con la policía municipal

- LUIS BENVENUTY

El vigilante de seguridad de Transports Metropolit­ans de Barcelona (TMB) dice a los manteros que no pueden vender sus camisetas, zapatillas y bolsos en los andenes de la estación de Catalunya, y tampoco en las escaleras, y tampoco en los pasillos... “Estoy de los guardias urbanos hasta las narices –le dice el vigilante a un compañero venido a la prisa desde otra estación–. Míralos ahí, en el intercambi­ador, sin hacer nada... pasándonos el problema y pasando de todo ¡tendríamos que pillarles los números de placa!”. Los manteros tiran de sus cuerdas, convierten sus mantas en sacos, remolonean...

Un empleado de TMB se dirige a uno de los subsaharia­nos y le conmina a recoger con mayor celeri- dad. El mantero repone algo entre dientes y el empleado de TMB se enfada. “¡¿Dices que me vaya a mierda?! ¿Y por qué no me partes la cara? Anda, pártemela... a ver si así entra la policía de una vez”. Un joven con rastas le dice al empleado de TMB que se calme, el empleado de TMB repone que está muy tranquilo, que le pida que se tranquilic­e a los inquilinos de los puestos del metro que pagan una mensualida­d por tener sus tiendas.

Entre tanto el mantero sesea y chistea, llama la atención de una mujer y le enseña un bolso igualito que los de Hermes. “Señora, bolso bonito...”. Otro subsaharia­no lamenta su suerte. Dice que en el metro nunca se vende nada, que bajo tierra la gente tiene mucha prisa... “Zapatillas ¿quieres zapatillas buenas?”. Al otro lado de los torniquete­s estábamos mejor, añade con un suspiro. “¡Señora, que no compre!”, protesta el empleado de TMB. Hace un rato una treintena de manteros hacían del intercambi­ador de la plaza Catalunya un gran zoco. Al otro lado de los torniquete­s. En la superficie, tres urbanos permane- cían apostados. Al poco comenzaron a bajar las escaleras muy despacio. Un mantero les gritó desde abajo, les dijo que no podían bajar. Los agentes le dijeron que pronto serían más. Algunos manteros tiraron de sus cuerdas. “No, hoy no nos ponemos en la Rambla –explicó otro en referencia al mercadillo rebelde de los últimos fines de semana–. Ponerse en la calle es peligroso. Mejor aquí abajo”. Y entonces llegaron cuatro, cinco, seis agentes más... y comenzaron a bajar las escaleras, tan despacio que parecían vaqueros de un western de toda la vida, tan despacio que a los manteros les dio tiempo a recogerlo todo y cruzar los torniquete­s del metros de un modo muy ordenado y muy tranquilo. Y los agentes se quedaron apostados allí, en el intercambi­ador, al otro lado de los torniquete­s.

Hace ya un rato largo. “Venga, ¿no os he dicho que aquí no podéis vender?”. Y los manteros siguen remolonean­do, seseando, chisteando. Y uno le pregunta a uno cuánto tiempo piensa quedarse allí. Se encoge de hombros. Y le preguntan por qué no se va... “¿Y adónde quieres que vaya”, responde.

Los africanos ofrecen su mercancía en el intercambi­ador hasta que llega la policía y se meten en la estación

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XAVIER GÓMEZ Un vigilante de seguridad y un vendedor ambulante ayer por la tarde en la estación de Catalunya

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