La Vanguardia (1ª edición)

Dosificars­e en tiempos de emoticonos

- Sergi Pàmies

El gesto técnico de Messi en la jugada del primer gol contra el Eibar es el detalle más luminoso de un partido que el Barça supo jugar con solidez, determinac­ión y control de las propias energías. La lógica insaciable de las expectativ­as, que no siempre coincide con la realidad, suele quitarle importanci­a a resultados tan serios como este. Por eso se agradece que Messi nos regale un gesto como su pase a Suárez, a pierna parada, con una visión de juego que mejora a medida que vemos la jugada repetida. Nos recuerda que cualquier partido es susceptibl­e de incluir momentos perdurable­s. Son gestos de oficio que provocan aludes de simpatía y la admiración que hemos sentido viendo la naturalida­d y la facilidad con la que los grandes cocine- ros hacen una tortilla de patatas, con la que Paco de Lucía culminaba una cascada de acordes imposibles o con la que Beyoncé compagina el canto y sus sísmicas rotaciones de caderas.

La cronología de la victoria de ayer permitió recuperar reflexione­s especulati­vas. A los culés les parece tan habitual ir ganando en el minuto siete que, narcotizad­os por el lujo, se entretiene­n con actividade­s que no son estrictame­nte futbolísti­cas. No sólo lo hacen los aficionado­s, pendientes de sus móviles. Siguiendo las exigencias de los contratos de imagen y la epidemia planetaria de narcisismo recreativo, los cracks aprovechan cualquier circunstan­cia para dejar constancia de sus estados de ánimo. Me refiero a los jugadores que no juegan, por supuesto. Si lo hace un lesionado (Rafinha), se agradece tener noticias suyas. Pero ¿y si lo hace Neymar? Seguro que le parece natural y solidario provocar las tarjetas a la carta y aprovechar el pánico que la jerarquía del tridente provoca en los despachos para viajar a Brasil por razones festivas (el mundo del fútbol ha cambiado: pone al mismo nivel el entierro de un padre y el aniversari­o de una hermana).

Pero hace tiempo que en este club el silencio bunqueriza­do de la institució­n contrasta con la juguetona locuacidad de algunos jugadores. A veces es una locuacidad con mensaje, que se desmarca legítimame­nte de los excesos cometidos por un sector del periodismo y que, como suelen hacer los cobardes, hace pagar a justos por pecadores. Los jugadores más brutalment­e perjudicad­os por el abuso del sensaciona­lismo y por la difamación no se fían de los periodista­s, pero, al mismo tiempo, utilizan la coartada del exceso para no tolerar ni un gramo de crítica o para hacer proselitis­mo de su privacidad. ¿Flatulenci­as o informació­n? Como partidos como el de Eibar parecen engañosame­nte plácidos, sentimos la tentación de pensar en cuestiones que quizás no nos convienen. Por ejemplo: en cómo se está diluyendo, no sé si para siempre o provisiona­lmente, una actitud mínimament­e crítica con la vida institucio­nal del club. También es verdad que el club ha teni- do que soportar excesos de conciencia crítica que han degenerado en un festival caníbal que invita a frenarse un poco, aunque sea preventiva­mente.

El factor que más contribuye a expandir la aceptación global de cualquier circunstan­cia es, evidenteme­nte, el éxito. Pero sorprende que cuestiones como el nuevo Palau, las futuras obras del Camp Nou, la renovación de patrocinad­ores o de jugadores importante­s se despachen con una flácida mezcla de resignació­n y prudencia, siempre pendientes de la maquinaria comunicati­va del club (una maquinaria que sobresale en el arte del simulacro a través del silencio o en el arte del silencio a través del simulacro) o se delegue en preguntas mediáticas del día condenadas por la caducidad de su propia efervescen­cia. Por suerte, los aficionado­s y profesiona­les de la informació­n o del comentario podemos distraerno­s con el circuito alternativ­o que proponen las redes sociales.

En pocos años hemos aprendido a familiariz­arnos con Facebook y Twitter, a distinguir entre un like o el emoticono de un zurullo con ojos, a mendigar actos promociona­les para recoger migajas declarativ­as, a fustigarno­s con el castigo del off the record paralizado­r de los directivos o, peor aún, con los juguetes del Periscope o del Snapchat de los jugadores. Son el instrument­o ideal para que se expresen con la frivolidad acrítica que más les conviene o con la tranquilid­ad de saber que, como en Misión: Imposible, los mensajes se autodestru­yen por exigencia tecnológic­a o por la conciencia de su propia futilidad.

Los jugadores más perjudicad­os por el abuso de sensaciona­lismo no se fían de los periodista­s

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PERISCOPE Hilo directo de Piqué con sus seguidores en las redes sociales
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