Dosificarse en tiempos de emoticonos
El gesto técnico de Messi en la jugada del primer gol contra el Eibar es el detalle más luminoso de un partido que el Barça supo jugar con solidez, determinación y control de las propias energías. La lógica insaciable de las expectativas, que no siempre coincide con la realidad, suele quitarle importancia a resultados tan serios como este. Por eso se agradece que Messi nos regale un gesto como su pase a Suárez, a pierna parada, con una visión de juego que mejora a medida que vemos la jugada repetida. Nos recuerda que cualquier partido es susceptible de incluir momentos perdurables. Son gestos de oficio que provocan aludes de simpatía y la admiración que hemos sentido viendo la naturalidad y la facilidad con la que los grandes cocine- ros hacen una tortilla de patatas, con la que Paco de Lucía culminaba una cascada de acordes imposibles o con la que Beyoncé compagina el canto y sus sísmicas rotaciones de caderas.
La cronología de la victoria de ayer permitió recuperar reflexiones especulativas. A los culés les parece tan habitual ir ganando en el minuto siete que, narcotizados por el lujo, se entretienen con actividades que no son estrictamente futbolísticas. No sólo lo hacen los aficionados, pendientes de sus móviles. Siguiendo las exigencias de los contratos de imagen y la epidemia planetaria de narcisismo recreativo, los cracks aprovechan cualquier circunstancia para dejar constancia de sus estados de ánimo. Me refiero a los jugadores que no juegan, por supuesto. Si lo hace un lesionado (Rafinha), se agradece tener noticias suyas. Pero ¿y si lo hace Neymar? Seguro que le parece natural y solidario provocar las tarjetas a la carta y aprovechar el pánico que la jerarquía del tridente provoca en los despachos para viajar a Brasil por razones festivas (el mundo del fútbol ha cambiado: pone al mismo nivel el entierro de un padre y el aniversario de una hermana).
Pero hace tiempo que en este club el silencio bunquerizado de la institución contrasta con la juguetona locuacidad de algunos jugadores. A veces es una locuacidad con mensaje, que se desmarca legítimamente de los excesos cometidos por un sector del periodismo y que, como suelen hacer los cobardes, hace pagar a justos por pecadores. Los jugadores más brutalmente perjudicados por el abuso del sensacionalismo y por la difamación no se fían de los periodistas, pero, al mismo tiempo, utilizan la coartada del exceso para no tolerar ni un gramo de crítica o para hacer proselitismo de su privacidad. ¿Flatulencias o información? Como partidos como el de Eibar parecen engañosamente plácidos, sentimos la tentación de pensar en cuestiones que quizás no nos convienen. Por ejemplo: en cómo se está diluyendo, no sé si para siempre o provisionalmente, una actitud mínimamente crítica con la vida institucional del club. También es verdad que el club ha teni- do que soportar excesos de conciencia crítica que han degenerado en un festival caníbal que invita a frenarse un poco, aunque sea preventivamente.
El factor que más contribuye a expandir la aceptación global de cualquier circunstancia es, evidentemente, el éxito. Pero sorprende que cuestiones como el nuevo Palau, las futuras obras del Camp Nou, la renovación de patrocinadores o de jugadores importantes se despachen con una flácida mezcla de resignación y prudencia, siempre pendientes de la maquinaria comunicativa del club (una maquinaria que sobresale en el arte del simulacro a través del silencio o en el arte del silencio a través del simulacro) o se delegue en preguntas mediáticas del día condenadas por la caducidad de su propia efervescencia. Por suerte, los aficionados y profesionales de la información o del comentario podemos distraernos con el circuito alternativo que proponen las redes sociales.
En pocos años hemos aprendido a familiarizarnos con Facebook y Twitter, a distinguir entre un like o el emoticono de un zurullo con ojos, a mendigar actos promocionales para recoger migajas declarativas, a fustigarnos con el castigo del off the record paralizador de los directivos o, peor aún, con los juguetes del Periscope o del Snapchat de los jugadores. Son el instrumento ideal para que se expresen con la frivolidad acrítica que más les conviene o con la tranquilidad de saber que, como en Misión: Imposible, los mensajes se autodestruyen por exigencia tecnológica o por la conciencia de su propia futilidad.
Los jugadores más perjudicados por el abuso de sensacionalismo no se fían de los periodistas