De la cabina al ascensor

ANTONIO Mercero dirigió la película La cabina, de eso hace cuarenta y cuatro años, basada en un relato corto de Juan José Plans. Se trataba de una parábola kafkiana, en la que un ciudadano corriente (José Luis López Vázquez) quedaba atrapado en el interior de una cabina telefónica, sin que los transeúntes a los que pedía ayuda pudieran liberarlo. Al anochecer, unos misteriosos operarios que parecían prescindir de su persona se llevaban el cubículo con el prisionero, que se daba cuenta de que le esperaba un final atroz e inexplicable. Este filme para la televisión, de media hora, causó gran impacto. Era una metáfora de la incomunicación y de la incompetencia.

Nuestro corresponsal en China cuenta hoy en las Historias del Mundo un caso que se parece mucho al que relataba la película, en los estertores del franquismo. Una mujer de 43 años entró el pasado 30 de enero en uno de los dos ascensores del edificio de Xian donde tenía su apartamento. Cuando se encontraba entre las plantas 10 y 11 se detuvo, posiblemen- te por un problema eléctrico. Wu, que así se llamaba la dama, quedó atrapada. El ascensor pasó a ser su cárcel, de la que no podía salir por más que se esforzara. El mismo día fueron unos técnicos de mantenimiento, que preguntaron a gritos si había quedado alguien aprisionado, pero no oyeron respuesta alguna, así que cortaron el suministro eléctrico y no volvieron a repararlo hasta principios de marzo. Un paréntesis provocado por las vacaciones del Año Nuevo Lunar. Cuando regresaron, se encontraron a Wu muerta, con las manos destrozadas en su intento desesperado por salir.

De nuevo la incomunicación, la incompetencia, pero en la vida real. Los empleados han sido detenidos, aunque tan grave como su ineptitud es la falta de empatía de los vecinos de la mujer, incapaces de echarla en falta. China, que nos asombra por tantas cosas, también nos sorprende por sus ineficiencias. Los gigantes tienen, a veces, los pies de barro.