El gran viraje de Austria
Viena ha pasado en semanas de la acogida inicial de refugiados a liderar los países balcánicos para cortar el flujo
Cuando en septiembre del 2015, el alud de refugiados que habían quedado atascados en Budapest obtuvo el plácet de la canciller alemana, Angela Merkel, para avanzar hacia Alemania, la vecina Austria no opuso reparos. Miles de personas, la mayoría procedentes de Siria, Iraq y Afganistán, cruzaron de modo incesante primero la frontera austrohúngara, y luego la germano-austriaca, haciendo de Austria un país de tránsito. El canciller socialdemócrata austriaco, Werner Faymann, apoyó entonces la postura alemana de puertas abiertas, mientras otros países centroeuropeos –sobre todo la Hungría del primer ministro derechista Viktor Orbán– mostraban un frontal rechazo a la acogida, impregnado de rudos discursos políticos antiinmigración.
Seis meses después, si hay un país europeo que ha cambiado radicalmente su postura sobre el flujo de refugiados, es Austria. Se vio ayer en la cumbre europea con Turquía –Faymann abogó por dejar claro a refugiados y traficantes que “la ruta de los Balcanes está cerrada, y cualquier otra también”–, y se ha ido viendo desde mediados de enero, al fijar Austria un límite al número de solicitantes de asilo que aceptaría para el 2016. La cifra anunciada es de 37.500 para todo este año. Austria –país de 8,5 millones de habitantes– recibió el año pasado unas 90.000 solicitudes de asilo, el triple que en el 2014. Ese anuncio sentó fatal en la cancillería de Berlín.
Pero más se tensó la situación en otro frente cuando Viena albergó el pasado 24 de febrero una cumbre de ministros del Interior con nueve países balcánicos (Albania, Bosnia, Bulgaria, Croacia, Eslovenia, Macedonia, Montenegro, Serbia y Koso- vo), sin cursar invitación a Grecia. A las 24 horas de la cumbre austriaco-balcánica, el Gobierno heleno llamó a consultas a su embajador en Viena en protesta por las “acciones hostiles” del Ejecutivo austriaco.
El objetivo de esa cumbre era coordinarse para impedir el paso de migrantes desde territorio heleno, donde desde entonces se han ido taponando miles de mujeres, hombres y niños, en una situación desesperada que tiene visos de empeorar cuando acabe el invierno, y más personas que huyen –de la guerra o de la pobreza– se decidan a emprender viaje con el mejor clima primaveral. La ministra austriaca del Interior, la conservadora Johanna Mikl-Leitner, dijo ese día que detener el flujo migratorio “es una cuestión de supervivencia para la UE”. El viernes anterior, Austria había instaurado cuotas de entrada: sólo 80 solicitudes de asilo al día.
En las últimas semanas, los socialdemócratas han endurecido su
El canciller Faymann aspira a dejar claro que “la ruta de los Balcanes está cerrada, y cualquier otra también”
discurso sobre refugiados, como sus aliados conservadores pedían hace meses. El Gobierno de coalición –formado por el Partido Socialdemócrata de Austria (SPÖ) y el Partido Popular Austriaco (ÖVP) como socio menor– siente además un inquietante aliento en el cogote. Los sondeos indican que sube la intención de voto del ultraderechista Partido de la Libertad de Austria (FPÖ), que figura ya como primera opción con cerca del 30 % de apoyo.
Con una retórica antiacogida más comedida y elegante que la practicada por Hungría, Polonia, la República Checa o Eslovaquia, en las últimas semanas Austria se ha erigido en líder de la Europa balcánica que quiere frenar el flujo migratorio. Su ministro de Exteriores, el conservador Sebastian Kurz, declaró el domingo a The Guardian que en Grecia “los refugiados están siendo arrastrados hacia el corazón de Europa”. En otoño del 2015, el canciller Faymann criticó con dureza a su homólogo húngaro Orbán por erigir una valla en la frontera entre Hungría y Serbia; ahora, Austria dispone de una valla de cuatro kilómetros en su frontera con Eslovenia. Un viraje en toda regla.