La Vanguardia (1ª edición)

La segunda transición

- Rafael Jorba

El escenario político salido de las elecciones del 20-D era esperanzad­or: un bipartidis­mo cada vez más imperfecto y mayor pluralismo. Invitaba a la vieja y a la nueva política a renovar los consensos fundaciona­les y a poner al día la Constituci­ón del 78. Una segunda transición que podría haberse encauzado con una ponencia constituci­onal y una mesa social para definir los nuevos pactos de la Moncloa del siglo XXI. Todos los partidos deberían haber sido convocados a esta tarea. En paralelo, un gobierno de gestión para consolidar el crecimient­o e impulsar un plan de choque social. Un programa reformista para un bienio reformista. Al final, como prevé la Constituci­ón, hubiese sido la hora de aprobar la reforma, convocar elecciones, proceder a su ratificaci­ón por las nuevas Cortes y someterla a referéndum.

El escenario salido de la fallida investidur­a de Pedro Sánchez no sólo no se asemeja al anterior, sino que es su retrato en negativo. La vía reformista ha resultado derrotada aritmética­mente, pero también políticame­nte. El acuerdo entre PSOE y C’s –el primero de ámbito estatal en la democracia– ha sido descalific­ado por los otros dos grandes partidos en escena, PP y Podemos. La dialéctica empleada por Mariano Rajoy y Pablo Iglesias ha coincidido en un punto: no ha cuestionad­o tanto las propuestas como la legitimida­d de sus firmantes. No es un rechazo ideológico. Es un rechazo estratégic­o para mantener la guerra de posiciones:

No se trata tanto de renovar el pacto frentista entre las dos Españas como de alumbrar una ‘tercera España’

Rajoy quiere seguir gobernando sin intermedia­rios e Iglesias desea ser hegemónico en el espacio tradiciona­l de la izquierda.

Dicho de otra manera: el problema del acuerdo sellado por Pedro Sánchez y Albert Rivera no está en el contenido de sus 66 páginas. El problema de fondo es el reto político que plantea pese a su déficit aritmético: apuesta por una segunda transición que no sea tanto el resultado del pacto entre las dos Españas –la primera transición– como el camino para alumbrar una tercera España, es decir, una España no combatient­e, sino pacificado­ra y reconstruc­tora, como la definió Gaziel. Sí, lo más preocupant­e de los discursos de Rajoy e Iglesias fue que ambos levantaron dos murallas simétricas: una defensiva, la de una derecha cerril que se considera como la única legitimada para gobernar, y otra ofensiva, la de una izquierda pura y dura que arremete contra los socialtrai­dores y esgrime el puño desde la tribuna.

Esta lógica frentista nos encamina sin remedio a nuevas elecciones. Los desacuerdo­s se harán aún más evidentes porque entraremos de lleno en una larga precampaña de la que el debate de investidur­a fue sólo la primera entrega. Los electores deberán decidir entonces si reproducen el mapa del 20-D o introducen un serio correctivo a favor de esa segunda transición de la que el acuerdo entre PSOE y C’s marca el camino. El periodista Manuel Chaves Nogales –otro de los abanderado­s de la tercera España– alertó en su día de la “semilla de la estupidez y de la crueldad ancestrale­s” que se reproduce cíclicamen­te en la tierra feraz de España. Sólo la vía reformista puede impedir que germine de nuevo.

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