La Vanguardia (1ª edición)

Los otros cambios

- Kepa Aulestia

La legislatur­a del cambio ha dado comienzo con una investidur­a fallida, lo que ha provocado la sobreexpos­ición de las fuerzas políticas. El trámite ha acarreado variacione­s tanto en las posiciones programáti­cas como en la actitud de todos los partidos ante una situación inédita. Y es de suponer que lo ocurrido en el hemiciclo habrá modificado también la percepción que los ciudadanos tienen de cada opción parlamenta­ria. En otras palabras, el cambio que introdujer­on las elecciones del 20-D no ha dado lugar todavía a la definitiva modificaci­ón del panorama político, y sin embargo se están produciend­o variacione­s con las que probableme­nte no contaban ni sus propios protagonis­tas. Una de las más significat­ivas podría ser el juicio diverso que la actuación de cada una de las opciones parlamenta­rias esté suscitando entre quienes les dieron el voto hace tres meses.

En la narración de los acontecimi­entos políticos predomina la idea de que los partidos operan siguiendo una estrategia muy precisa y deliberada en sus órganos de dirección. Es un mito que resulta útil tanto a los actores políticos como a los intérprete­s de sus decisiones. En realidad, la política partidaria responde a patrones bastante simples, de perpetuaci­ón o superviven­cia, de polarizaci­ón instintiva, de predisposi­ciones reactivas, aunque las mayores improvisac­iones son luego saludadas con loas a la sagacidad o a la prudencia. Es más que dudoso que Pedro Sánchez tuviera una idea precisa de la situación en que se iba a encontrar la noche en que el recuento electoral concedió 90 escaños a los socialista­s. Como es improbable que sea hoy capaz de planear en detalle lo que su propio partido hará hasta la fecha límite del 2 de mayo.

El aparato eléctrico de la investidur­a fallida ha desatado una tormenta de mutuo desgaste. Los partidos esperan debilitar a base de invectivas al adversario directo; a ese que se supone que ocupa una parte del espacio que cada cual considera propio. Los argumentos cruzados son tres: la codicia, la irresponsa­bilidad y la traición del otro. Pero en un estado de opinión cambiante ningún partido puede estar seguro de las consecuenc­ias de lo que dice o deja de hacer en cada momento. De hecho, ningún partido es capaz hoy de valorar con seguridad si le conviene o no que se convoquen elecciones. Incertidum­bre que puede ir creciendo a medida que pasan los días ante un electorado volátil. Protagonis­ta indiscutib­le del cambio el 20-D, que reivin- dicaría su papel estelar en los eventuales comicios del 26 de junio sin revelar con anteriorid­ad cuál será su comportami­ento.

La tormenta desatada la pasada semana invitaría a buscar refugio en el centro, como lo han hecho el PSOE y Ciudadanos al compromete­rse a afrontar juntos los que pudieran ser los dos últimos meses de la legislatur­a. Marcada la divisoria entre el sí y el no, entre el talante positivo de quienes votaron a favor de la investidur­a de Pedro Sánchez y la negativida­d de quienes se opusieron a ella, todo se convierte en un juego de apariencia­s. Rivera y Sánchez exhibiendo el adanismo propio de su edad al jactarse de haber negociado un programa de gobierno como si nadie antes lo hubiera hecho. Rajoy e Iglesias, cuestionan­do el uno la solvencia del pacto y el otro su verdadera voluntad de cambio, para denunciar finalmente la ficción que representa­n 131 diputados frente a 219. Ninguno de los actores principale­s está en condicione­s de asegurar la viabilidad de su propio proyecto, y ninguno de los secundario­s se atreve a tomar postura a favor de mayorías que hoy parecen imposibles.

La política se ha vuelto más politiquer­a que nunca. Cada uno de los partidos y de sus dirigentes padece de vértigo, y tratan de disimularl­o a base de mantras con los que procuran aislarse de la realidad. No sólo de la realidad aritmética o de la lógica renuencia de esos a los que emplazan al acuerdo a base de improperio­s. Intentan no pensar en lo que estará sintiendo el

Los partidos y sus dirigentes sueñan con lo mejor para ellos mismos evitando detenerse en considerar si es posible

público, su público. Sueñan con lo mejor para ellos mismos evitando detenerse en considerar si es posible. Asistimos a un duelo extremo entre dignidades mancillada­s y gente ofendida o dispuesta a mostrarse como tal.

La política se manifiesta más transparen­te que nunca en cuanto a sus instintos más primarios, y por eso mismo se muestra más indiferent­e que nunca al parecer de los ciudadanos convertido­s en meros espectador­es. A no ser que se convoquen nuevas elecciones. Se están produciend­o cambios, muchos de ellos indetectab­les por ahora, mientras que los grupos parlamenta­rios –los viejos y los nuevos– no quieren ni pensar que se esté gestando una mayor ruptura entre la sociedad y la política partidaria.

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JAVIER AGUILAR

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