La Vanguardia (1ª edición)

Juicio político

- Pilar Rahola

Si bien parece que estemos en una pantalla nueva –aunque de resultado incierto–, aún nos mantenemos bajo el imperio del PP. Y en esa tierra yerma donde no crece la hierba, el abuso político del ejecutivo sobre el judicial es una perniciosa constante que se ejecuta con total impunidad.

Rajoy hizo del no pactar, no dialogar y siempre imponer un auténtico manual de instruccio­nes del verbo gobernar. Y así ha impuesto su ley durante años de apisonador­a, donde se han erosionado cimientos democrátic­os, se ha lapidado la credibilid­ad del Constituci­onal y se ha estresado hasta el límite al poder judicial. Y, por el camino, se ha conseguido que una gran mayoría de los catalanes estuvieran hasta el mismísimo de un Estado que los ahoga económicam­ente, mientras ataca y desprecia su identidad. Si España es algún día una democracia sólida, estos años de gobierno de Rajoy se estudiarán como un agujero negro del Estado de derecho. Tiempos oscuros.

Pero dada la longeva interinida­d de la actual pantalla, lo que tenemos es lo que tenemos: las secuelas de esa forma autoritari­a de gobernar, ahora en formato de juicios políticos. Ayer le tocó

Rajoy hizo del no pactar, no dialogar y siempre imponer un auténtico manual de instruccio­nes

el paseíllo hasta el TSJC al diputado Francesc Homs, después de que dos exconselle­res y el presidente de la Generalita­t hubieran tenido que recorrer el mismo vergonzoso tránsito. Homs se ha negado a responder a la Fiscalía y ha dejado para el momento una frase épica: “Cuanto más alta sea la pena, más grande será la victoria”. De momento, lo que es muy alto es el uso abusivo de los tribunales para reprimir, por la vía penal, lo que son incapaces de resolver por la vía política. El hecho de que cuatro representa­ntes democrátic­os del pueblo catalán estén siendo juzgados penalmente por una protesta política con urnas simbólicas sitúa la democracia española a la altura del betún y nos recuerda hasta qué punto la Fiscalía está instrument­alizada. Y ello es lo más relevante de la herencia que dejará el PP en la Moncloa: una democracia herida, erosionada y desacredit­ada.

Respecto al juicio, poco que añadir porque, hagan lo que hagan, este juicio es una patraña digna de la vergüenza que lo ha motivado. Ninguna democracia sólida sentaría en el banquillo a los representa­ntes de un pueblo pacífico que plantea anhelos democrátic­os. Ciertament­e, toda sentencia es posible, desde la absolución hasta la cárcel –emulando otros tiempos oscuros de España–, pero nadie borrará la vergüenza de este juicio.

Un juicio presionado por un gobierno menor de edad, incapaz de tener la madurez política que requería el reto catalán. Para Homs, Rigau, Ortega y Mas es un acto de represión que los engrandece ante su pueblo. Para el Estado español, es otra ignominia que lo ennegrece y empequeñec­e ante la historia. ¿Volverá España a encarcelar a un presidente de la Generalita­t? Impensable si no fuera porque en esta España toda vergüenza es posible.

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