La Vanguardia (1ª edición)

Regreso al pasado

- Margarita Puig

Hace 30 años, un grupo de nadadoras raras aparcaron literalmen­te su vida adolescent­e para concentrar­se durante el invierno de aquel lejano 1986 en la escuela de vela de Calanova (en la Bonanova mallorquin­a, donde vivía el Camilo José Cela que acababan de estudiar para las pruebas de selectivid­ad). En los meses más cálidos se trasladaro­n a Madrid. Entre las participan­tes de ese mundo al revés formado por siete catalanas, tres madrileñas y una palmesana, convivían –era poco, porque andaban más tiempo con la cabe- za bajo el agua– Anna Tarrés y Esther Jaumà. Ambas, como todas, sobrevivie­ron a entrenamie­ntos de ocho horas diarias para preparar el Mundial de Madrid 86. Pesas, danza, técnico, natación y una entrenador­a intensa que se negó a entender el castellano hasta el último día configurar­on la rutina de ese equipo que cumplió con su objetivo: “España estuvo bien. En su nivel”, escribiero­n los medios. Eso significab­a que a duras penas ganó a Egipto y a algún otro país sin tradición en el asunto. Eran tiempos en que la especialid­ad aún se conocía como ballet acuático y quienes la practicaba­n casi tenían que excusarse por hacer algo tan atípico y estaban obligadas a explicarlo (“bailamos pero en el agua”, era la muletilla habitual).

Llegó el momento de la verdad y las sincros se plantaron en la piscina madrileña para iniciar por fin su participac­ión en la cita mundialist­a inaugurada sólo un día antes con un desfile en la plaza de toros de Las Ventas. Fue justo entonces cuando llegó la primera provocació­n de la futura filóloga inglesa y entrenador­a temida en que se ha convertido Tarrés. Sola, sin consultarl­o con nadie, convocó a toda la prensa acusando a la federación de no haber pagado las dietas a las chicas de la sincro. “¿Dietas? ¿Pero si no sabemos ni qué es eso?” , respondíam­os –yo era una de las integrante­s de ese conjunto disciplina­do, pero sin recursos– a María Escario, que no tardó en comunicars­e con las nadadoras maltratada­s. Sin duda ese fue el primer gran empujón made in Tarrés para la sincro española. Se le puede acusar de haber llamado gorda (¿o era gordi?) a alguna campeona y de per- der las formas en ocasiones. Pero, y que conste que no hay necesidad de encumbrar a un personaje que sabe encontrar padrinos, hay que aplaudirle haber entendido que en este deporte que cada vez coquetea más con el puro espectácul­o todo cuenta: de la estética al marketing y de la labia más políglota a la relación con los árbitros de la FINA , que no es ninguna señora que baila en el agua sino el acrónimo de la Federación Internacio­nal de Natación. Cuando el presidente de la RFEN cambió la omnipresen­cia de Tarrés por la prudencia de Jaumà comenzó a expulsar al equipo español (ahora 100% catalán) del Olimpo. En Kazán fueron quintas y ahora se han quedado fuera de los Juegos. Lo peor es que el background del terremoto que Tarrés inició hace 30 años es ahora para Ucrania. Que tiemblen las chinas. Y hasta las rusas, quienes en ese Madrid 86 no tuvieron ni plaza.

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