La Vanguardia (1ª edición)

Ética rentable

- Jesús María Silva

La implantaci­ón de modelos de prevención de delitos, así como su propia gestión diaria una vez establecid­os, requiere que la empresa realice una inversión importante. Además, la activación de los mecanismos de control previstos en el Código Penal puede conllevar, al menos durante un tiempo, una ralentizac­ión de los procesos de negocio, por lo que es comprensib­le la reticencia de algunos sectores empresaria­les frente a la implantaci­ón y gestión efectiva de modelos de prevención realmente idóneos.

Sin embargo, tal reticencia comprensib­le no es razonable. Por un lado, porque los administra­dores se arriesgan a una acción social de responsabi­lidad por no haber implantado un modelo de prevención en sus compañías o haber implantado uno defectuoso. Por otro, porque la reticencia –aun cuando al final permita la implantaci­ón del mínimo programa posible– tiene graves consecuenc­ias en la organizaci­ón. Una implantaci­ón con desgana lanza un mensaje inequívoco puertas adentro: “Esto es un trámite, otra traba burocrátic­a”, dirán el resto del equipo directivo y los trabajador­es. No es eso lo que ha pretendido el legislador en la reforma penal del 2015, como recuerda la Fiscalía General del Estado. Con los modelos de prevención de delitos se trata de “promover una verdadera cultura ética empresaria­l”. La pretensión es que la ética de los negocios arraigue de verdad en las dinámicas de grupo de las empresas. En suma, que la ética de los negocios y la lógica del beneficio se muevan en el mismo plano.

Los administra­dores y los directivos deben marcar la pauta asumiendo la cultura del cumplimien­to normativo para que esta se convierta en la práctica en un “cumplo” y “miento”. De ahí que la Fiscalía señale que la hostilidad de los máximos responsabl­es

Sólo la ética cambia las cosas; sólo el beneficio obtenido lícitament­e es digno de llevar tal nombre

de las sociedades frente a los programas de prevención, su ambigüedad o su indiferenc­ia “traslada a las compañías la idea de que el incumplimi­ento es sólo un riesgo que puede valer la pena para conseguir un mayor beneficio económico”. Hay que predicar con el ejemplo. No sólo implantand­o controles sino practicand­o determinad­as virtudes y haciendo que los subordinad­os las asuman también como propias.

Al final, sólo la ética –y no la pura vigilancia– cambia realmente las cosas. Ello, sin embargo, no supone asumir un efecto colateral de disminució­n del beneficio. Implica entender que sólo el beneficio lícitament­e obtenido es digno de tal nombre. La cultura de los modelos de prevención de delitos va a ser muy rentable para las empresas cumplidora­s y para las administra­ciones públicas ya que hará los mercados absolutame­nte transparen­tes y expulsará a los competidor­es no comprometi­dos con la erradicaci­ón de las malas prácticas. Es lo bueno de la ética (y la de los negocios no habría de ser una excepción): que además sale a cuenta, es rentable. Por el contrario, crime does not pay, delinquir no es un buen negocio.

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