Ética rentable
La implantación de modelos de prevención de delitos, así como su propia gestión diaria una vez establecidos, requiere que la empresa realice una inversión importante. Además, la activación de los mecanismos de control previstos en el Código Penal puede conllevar, al menos durante un tiempo, una ralentización de los procesos de negocio, por lo que es comprensible la reticencia de algunos sectores empresariales frente a la implantación y gestión efectiva de modelos de prevención realmente idóneos.
Sin embargo, tal reticencia comprensible no es razonable. Por un lado, porque los administradores se arriesgan a una acción social de responsabilidad por no haber implantado un modelo de prevención en sus compañías o haber implantado uno defectuoso. Por otro, porque la reticencia –aun cuando al final permita la implantación del mínimo programa posible– tiene graves consecuencias en la organización. Una implantación con desgana lanza un mensaje inequívoco puertas adentro: “Esto es un trámite, otra traba burocrática”, dirán el resto del equipo directivo y los trabajadores. No es eso lo que ha pretendido el legislador en la reforma penal del 2015, como recuerda la Fiscalía General del Estado. Con los modelos de prevención de delitos se trata de “promover una verdadera cultura ética empresarial”. La pretensión es que la ética de los negocios arraigue de verdad en las dinámicas de grupo de las empresas. En suma, que la ética de los negocios y la lógica del beneficio se muevan en el mismo plano.
Los administradores y los directivos deben marcar la pauta asumiendo la cultura del cumplimiento normativo para que esta se convierta en la práctica en un “cumplo” y “miento”. De ahí que la Fiscalía señale que la hostilidad de los máximos responsables
Sólo la ética cambia las cosas; sólo el beneficio obtenido lícitamente es digno de llevar tal nombre
de las sociedades frente a los programas de prevención, su ambigüedad o su indiferencia “traslada a las compañías la idea de que el incumplimiento es sólo un riesgo que puede valer la pena para conseguir un mayor beneficio económico”. Hay que predicar con el ejemplo. No sólo implantando controles sino practicando determinadas virtudes y haciendo que los subordinados las asuman también como propias.
Al final, sólo la ética –y no la pura vigilancia– cambia realmente las cosas. Ello, sin embargo, no supone asumir un efecto colateral de disminución del beneficio. Implica entender que sólo el beneficio lícitamente obtenido es digno de tal nombre. La cultura de los modelos de prevención de delitos va a ser muy rentable para las empresas cumplidoras y para las administraciones públicas ya que hará los mercados absolutamente transparentes y expulsará a los competidores no comprometidos con la erradicación de las malas prácticas. Es lo bueno de la ética (y la de los negocios no habría de ser una excepción): que además sale a cuenta, es rentable. Por el contrario, crime does not pay, delinquir no es un buen negocio.