Campeona moral y estratégica
Erigir vallas fronterizas entre países de tránsito no es la solución, ni eficiente ni moral, y limitar el número de refugiados que Alemania está dispuesta a acoger tampoco, pues la verdadera salida a la crisis migratoria en Europa es una redistribución por países –la palabra fea es cuota– de los miles de solicitantes de asilo que, huyendo de guerras y persecución, llegan y seguirán llegando. Con esos argumentos ha martilleado la canciller germana, Angela Merkel, a los detractores de su política de acogida a refugiados, una política preexistente que ella
elevóde razonesentrarque, septiembreena enla aplicación humanitarias”máxima Alemaniade 2015, estricta potenciaa los cuando autorizó migrantesde a las partir“por re- a glasdel Gobiernode Dublín húngaro,y Schengen habíanpor parte quedado varados en Budapest.
En buena lógica, Merkel debería ahora hacer lo mismo. Miles de refugiados están atascados en la frontera de Grecia con Macedonia desde que, a finales de febrero, los países de la ruta de los Balcanes liderados por Austria decidieron echar el pestillo. La situación que describen las autoridades helenas y las oenegés desplazadas a Idomeni, donde se amasa la gente desesperada, empieza a ser catastrófica. Pero no habrá un puente aéreo que, “por razones humanitarias” como en Budapest,tre aplausos trasladea todas a esas Alemania personas. enSin haber tenido que abjurar de sus tres tesis iniciales –derribadas por otros gobernantes europeos que se llevan la mala fama–, Merkel cosecha ya algunos frutos de su tenacidad. Y se beneficia de una paradoja: quienes la criticaron, levantaron vallas y sellaron fronteras, haciendo exactamente lo contrario de lo que ella predicaba, contribuyen así ahora a que la presión migratoria sobre Alemania disminuya, y dan un respiro a la canciller ante su opinión pública. Datos frescos de ayer mismo, cuando Alemania digería el turbador resultado de la cumbre de la UE con Turquía: en febrero se registraron 61.428 solicitudes de asilo, frente a las 91.671 de enero.
Tras semanas cayendo en los sondeos –a inicios de febrero, la canciller tocó con un 46% el nivel más bajo de respaldo en lo que va de legislatura–, su popularidad está remontando. La semana pasada alcanzó el 54%, según la encuesta de la cadena pública ARD. De visita ayer en Berlín, el secretario general de la ONU, Ban Ki Mun, la elogió como “la verdadera voz moral” en esta crisis migratoria, y un centenar de artistas le enviaron flores a la cancillería para felicitarla en el Día Internacional de la Mujer por su compromiso con los refugiados.
Con todo, la realidad es que también Angela Merkel ha virado, aunque no lo diga: a través de un goteo de retoques legislativos para ir conteniendo el flujo, y ahora promoviendo un trueque con Turquía de dudoso nivel ético y legal. Pero nunca construyó una valla, ni aceptó fijar un tope a las entradas de refugiados a Alemania, ni dejó de insistir en que cada país europeo debía asumir su parte. Este domingo hay triple cita electoral en los länder de BadenWürttemberg, Renania-Palatinado y Sajonia-Anhalt, y es probable que la derechista Alternativa para Alemania (AfD) saque tajada de los refugiados. Pero falta mucho para las elecciones generales de septiembre de 2017, y Angela Merkel continúa siendo la campeona moral –y por lo que se ve también estratégica– de esta compleja hora de Europa.
Merkel también ha virado, pero sin desdecirse, mientras otros países cortan el flujo hacia Alemania