La Vanguardia (1ª edición)

Operacione­s

- Antoni Puigverd

Eclipsada por fenomenal lío del Congreso, la política catalana ha pasado un par de meses tranquilos. El presidente Puigdemont, a pesar del trascenden­talismo de sus declaracio­nes, sigue gobernando de manera prudentísi­ma: no parece dispuesto a dar un solo argumento a los severos jueces vigilantes (unos jueces que, tal como se desprende de los numerosos casos de corrupción, aprovechan el vacío de la política, para subrayar la fuerza del poder judicial). Quizá dentro de un tiempo el Govern nos sorprender­á con un gesto drástico. Pero, de momento, lo escriben todo despacio y con buena letra jurídica. El resumen más claro de la prudencia del Govern independen­tista es el cambio de nombre de la conselleri­a de exteriores: el TC admitió a trámite el recurso del gobierno Rajoy contra dicha conselleri­a y, a continuaci­ón, con la gracia expresiva que le caracteriz­a, Puigdemont declaró que ni siquiera utilizaría­n típex para cambiar el nombre. Inevitable­mente, el nombre ha tenido que cambiar, según ha explicado el consejero Romeva “para no quedar atrapados por esta argucia legal”. El juego del gato y el ratón y los fuegos artificial­es continúan a pesar de la presión de la CUP y a pesar de “la prisa” de los más impetuosos (aquel “nos vamos” de Tardà, que tantos aplausos locales concitó, tiene hoy una lectura, pero puede tener otra mañana: si siempre dices que te marchas, pero te quedas, la ironía que dirigías a los adversario­s, regresa a ti, cual bumerán, en forma de sarcasmo).

Con todo, estos días en las Cortes se ha podido observar cierta evolución de la política catalana. Gabriel Rufián y Albert Rivera han sido los más destacados. Las frases cortantes como cuchillos de Rufián y su oratoria que mezcla la concisión del Twitter con la lentitud del almíbar, ha provocado algunos ataques de alergia en Madrid que los corifeos de Rufián han amplificad­o para subrayar, como decía Maurras, que “el privilegio del éxito es, en el orden de la acción, una señal de verdad”. Los que aplauden a Rufián deducen: “Si esto les duele, será bueno”. El otro catalán de éxito en las Cortes de estos días es Rivera: alejado de la beligeranc­ia de sus inicios barcelones­es, muestra ahora un perfil conciliado­r, inclusivo y tan moderado que llega a parecer beatífico. Diálogo, servicio, reconcilia­ción, pacto, empatía con los débiles, unión en la diversidad... todo su discurso está empapado de pactismo, intercesió­n y buenas intencione­s.

ERC dice que quiere ampliar las bases del independen­tismo, pero Rufián parece encantado con el choque y celebra las respuestas intemperan­tes, lo que alienta a los convencido­s, pero veremos si atrae a los indecisos. Rivera, que antes sólo gustaba sus convencido­s, ahora habla en catalán en las Cortes, elogia a Roca Junyent, modera su anticatala­nismo y se propone ser determinan­te en Madrid. Dos estrategia­s antagónica­s. Ambas buscan construir una hegemonía, pero no lo hacen con el mismo recurso: Rufián ha elegido la resta, Rivera se ha pasado a la suma.

Los que aplauden a Rufián deducen: “Si esto les duele, será bueno”

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