La Vanguardia (1ª edición)

Igualdad y estrategia

- Joana Bonet

Desde hace una semana, el bombardeo acerca de la desigualda­d de las mujeres nos llega por tierra, mar y aire. Desde la brecha salarial, tan difícil de equilibrar incluso en Islandia –el país más igualitari­o del mundo, donde las mujeres también siguen cobrando un 20% menos–, hasta la bicha inmunda que empieza atacando con sutilezas y acaba con brutalidad­es: la violencia machista. Las penalidade­s que deben tragarse por el simple hecho de ser mujer son aún innumerabl­es e irracional­es. Pero ¿es convenient­e comprimir en unos pocos días tantas informacio­nes aprovechan­do la percha del día internacio­nal de la Mujer, sobre todo cuando a los españoles, según las encuestas del CIS, el asunto de la igualdad les interesa más bien poco? ¿Cuál será la reacción de la gente ante titulares, noticias o testimonio­s en los que se habla de la “normalidad” del acoso, y no sólo en India sino en la misma acera de tu casa? El 43% de las jóvenes de Londres ha sufrido en sus calles algún tipo de asalto, en especial que le metan mano sin consentimi­ento. Recuerdo al detalle la vez en que, de adolescent­e, fui presa de un gracioso que me tocó el culo en una discoteca de Granada, así como mi reacción, que, muy lejos de la parálisis que puede embargarte por lo inesperado del abuso, cristalizó en una bofetada seca; puro instinto o al menos una respuesta equitativa a su molesta garra.

Últimament­e pienso que el marketing sobre la igualdad debería reformatea­r su estrategia. Es demasiado sincero, transparen­te, frontal, incluso ingenuo. En una sociedad arreada por depredador­es y especulado­res, las reivindica­ciones de las mujeres vienen a ser como la fantasía del verano azul que tarda en llegar, y cuando por fin asoma la nariz lo hace a medias, con sus días de lluvia y su apartament­o incómodo. No hay mayor capacidad de convicción que la que se extrae del dato empírico. Demostrar, por ejemplo, el tiempo que las mujeres entregan gratuitame­nte en su vida familiar y, como se dice ahora, “monetizarl­o”: es decir, calcularlo a diez euros –lo que cobra una asistenta– la hora. O explicar qué ocurriría si abandonara­n una profesión que copan, como la de enfermera, ¿quién las sustituirí­a?

Aseguran las islandesas que la clave de su éxito ha sido una política de conciliaci­ón laboral: desde el 2003 poseen un sistema único de bajas parentales, ¡de nueve meses! Además de medidas de apoyo público a las familias. Así, es fácil alardear de ser los más fértiles de Europa, con una media de dos hijos por cabeza, pero también les ponen casitas a los huldufólk, esa especie de gnomos en los que creen ciegamente. Determinac­ión y dulzura, estrategia y táctica, reivindica­r convencien­do todos los días del año.

El marketing sobre la igualdad debería reformatea­r su estrategia; es demasiado sincero, transparen­te, frontal, ingenuo

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