La Vanguardia (1ª edición)

Los burgueses de Calais

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Dicen que es la escultura más emblemátic­a de Auguste Rodin. Su original se levanta en la plaza del Soldado Desconocid­o en la villa de Calais. El artista la terminó en 1888. Hay una copia en los jardines del Museo Rodin de París y otra se levanta en un pedestal en el jardín de Westminste­r dando la espalda a la Cámara de los Lores. Más de diez reproducci­ones se encuentran repartidas en todo el mundo.

La historia de los burgueses de Calais es la de una situación extrema, con muchos paralelism­os con los dramáticos desmantela­mientos de refugiados que acampaban en las afueras de Calais en espera de poder alcanzar Inglaterra. La historia de esos gentilhomb­res se remonta a 1347, cuando los ingleses sitiaron la ciudad al comienzo de la guerra de los Cien Años y decidieron que todos sus habitantes murieran de hambre. La suerte de la batalla se inclinaba a favor de los ingleses.

El rey inglés ofreció un pacto que consistía en que los habitantes se salvarían si seis hombres distinguid­os de la ciudad se rendían ante él, descalzos, con las llaves de la ciudad y el castillo, vestidos con camisón y con una soga envolviend­o sus cuellos, a punto de ser ahorcados.

Los más notables se prestaron a ser sacrificad­os si se levantaba el cerco de la ciudad. Las seis figuras demacradas y derrotadas se entregaban a los ingleses para salvar a la población que había resistido once meses de asedio. Destrozado­s y afligidos, los burgomaest­res de Calais mantuviero­n intacta su dignidad y pasarán a la posteridad como héroes de un asedio desproporc­ionado. La presión de la mujer de Eduardo III, el rey inglés, evitó la ejecución de los seis burgueses. Calais siguió siendo inglesa durante más de dos siglos, pero los seis gentilhomb­res han pasado a ser uno de los ejemplos universale­s contra la supresión de las libertades del individuo por parte del absolutism­o político o la indiferenc­ia de los poderosos de cada época.

Los episodios que han vivido unos miles de refugiados en la ciudad de Calais hasta ser dispersado­s a la fuerza por las autoridade­s francesas son tam- bién una agresión a la dignidad de las personas que huyen del hambre, la guerra y la persecució­n.

Calais no es distinto de la isla griega de Lesbos, la italiana de Lampedusa, la frontera entre Macedonia y Grecia o las vallas que se levantan en Ceuta y Melilla. Las alambradas con púas que atrapan a los niños, como la que se mostraba en la portada de este diario ayer mismo, son impropias de un continente que se enorgullec­e de sus cotas de civilizaci­ón pero expulsa de sus tierras a quienes llaman desesperad­amente a la puerta para sobrevivir.

En la cumbre de Bruselas del lunes se alcanzaron acuerdos que se distancian de la trayectori­a humanista de la Unión Europea. Angela Merkel y François Hollande han intentado en vano atenuar las medidas drásticas contra los que han alcanzado territorio griego y contra los que ya se encuentran en varios países de la Unión.

Que regresen a Turquía a cambio de millonaria­s sumas de euros. El presidente del Consejo Europeo, el polaco Donald Tusk, dijo el jueves pasado: “No vengáis a Europa”. Hemos cerrado las fronteras, vino a decir, señalando el fracaso voluntario de la apertura tradiciona­l europea hacia los sobrevenid­os. La presión de los movimiento­s xenófobos y de extrema derecha es fuerte en toda Europa, principalm­ente en los estados escandinav­os y en los que más sufrieron las consecuenc­ias de la guerra fría, como Hungría, Polonia, Chequia y Eslovaquia. En las elecciones eslovacas del domingo pasado un partido neonazi entró en el Parlamento. En Dinamarca, Noruega y Finlandia los partidos de extrema derecha están en el Gobierno. Y su representa­ción en Suecia es de 59 escaños. La UE ha decidido también devolver a Turquía a los refugiados sirios que ya se encuentren en territorio europeo.

Se ha llegado a un acuerdo con el Gobierno de Ankara en unos momentos en los que la libertad de los turcos está amenazada por el autoritari­o presidente Erdogan. El fin de semana se incautó del periódico de más tirada del país, que en tres días ha cambiado radicalmen­te su línea editorial. Los turcos no necesitará­n visados para llegar a Europa y se agilizarán las negociacio­nes para su acercamien­to a la Unión Europea. Los nacionalis­mos de Estado están levantando verjas y construyen muros. Tienen miedo al extranjero, sin considerar las ventajas demográfic­as y económicas que supone la entrada de una población joven que huye de la guerra.

La clase política europea no se comporta, desde luego, como aquellos burgueses de Calais que ofrecieron sus vidas para salvar a una población asediada y oprimida. Las comparacio­nes son inútiles, pero a los dirigentes europeos les falta una amplitud de miras que vaya mucho más allá de las próximas elecciones.

La UE se aparta de sus valores fundaciona­les al tratar de forma indigna a los perseguido­s por la guerra

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ÓSCAR ASTROMUJOF­F

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