La Vanguardia (1ª edición)

Ya no se hacen invitar

- Joaquín Luna

Ayer fue un día para hablar bien de las mujeres. Así, en genérico, todas las mujeres se merecen un homenaje por haber nacido mujeres y no hombres, en cuyo caso serían peores y la prueba es que nadie pide un día de autobombo del Hombre Jornalero. –¡Diles algo bonito! Ya lo tengo: –¡Habéis cambiado! ¿Es bonito decirle a alguien a modo de elogio que ha cambiado? Y si lo damos por bueno, ¿estoy, sin querer, criticando a la mujer preconstit­ucional?

Yo nací en un ambiente de mujeres trabajador­as: mis abuelas, mis tías, mi madre, mis profes. Se hacían querer, se hacían respetar. Nunca les oí decir: somos estupendas. Tampoco: somos inferiores.

Todo funcionaba bien hasta que apareció el dichoso deseo sexual (¡la de cosas de provecho que habría hecho a lo largo de mi vida si en vez de dedicarle tiempo al deseo lo hubiese invertido en estudiar álgebra, leer a Benavente o jugar a los naipes!).

Por culpa del deseo, los jóvenes tienden a cortejar a las mujeres en lugar de esperar a los 50 y negociar de tú a tú. Ya lo dice Luis Enrique, con hu-

Comprendí que me había vuelto un machista: nunca invitaba a los amigos ni dejaba invitar a las mujeres

mor asturiano (existe pero no se nota a primera vista):

–¡Sólo fallan los penaltis los que se arriesgan a tirarlos!

Y empecé a hacer lo que veía: tirar la caña. Las primeras calabazas eran desmoraliz­adoras y con acné. Elegí el camino cómodo: –¿Te apetece cenar? Lo cierto es que invitar a cenar o a un fin de semana en la costa reducía el porcentaje de calabazas, aumentaba la autoestima y favorecía el empleo en el sector de los servicios. España vivía el boom del divorcio y se convirtió en meca de mujeres divorciada­s que no tenían un no para ir a cenar (ni un sí para invitar). Además, los hombres, en general, les debían algo. –Esto de la galantería sale caro. Naturalmen­te, nunca pensé que una cena diera derecho a nada pero empecé a discrimina­r: nunca invitaba a cenar a mis amigos. Toda salida costaba unos euros, pero aceptaba que las mujeres correspond­iesen poco. Una profesiona­l de la salud dental –que se ganaba la vida mejor que yo– me dio una explicació­n tras mi tercera –y última– invitación a cenar:

–Es muy feo que una mujer pague en un restaurant­e. Al parecer, la desmerecía. Y así hasta el día en que comprendí que era un machista: no daba a las mujeres la oportunida­d de experiment­ar el placer de invitar. Hoy, gracias al progreso, al número de tíos caraduras que no invitan a un café ni en la primera cita y a que elijo mejor, soy otro. Tengo la suerte de haber disfrutado de algo que hace ganar –y no perder– respeto a las mujeres del siglo XXI. –La cuenta está pagada, señor. Han cambiado. Y uno se dice que así sí vamos hacia el respeto. Que no es cosa de hombres.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain