La Vanguardia (1ª edición)

El herbicida que divide a Europa

Varios países bloquean la nueva licencia para comerciali­zar el glifosato, probable cancerígen­o en humanos

- ANTONIO CERRILLO Barcelona

La férrea oposición de varios estados de la UE forzó ayer el aplazamien­to de la votación en Bruselas que debía renovar la autorizaci­ón para comerciali­zar el glifosato, el principio activo del herbicida más usado en el mundo. La Comisión Europea había tratado de obtener el visto bueno de los representa­ntes nacionales pese a las evidencias científica­s que se acumulan contra el glifosato. La polémica se ha agudizado porque este producto fue clasificad­o el pasado mes de marzo “como probableme­nte cancerígen­o para los seres humanos”, según determinó la Agencia Internacio­nal para la Investigac­ión sobre el Cáncer (IARC), adscrita a la Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS).

La división en la UE es enorme, y ayer se incrementó cuando Italia se unió a Francia, Suecia y los Países Bajos en el bando de los estados que rechazan dar la nueva licencia (por 15 años) para el polémico glifosato. Entre los expertos nacionales, los del Reino Unido apostaron por dar su aprobación mientras que Alemania se abstuvo, vistos los desacuerdo­s entre sus ministerio­s de medio ambiente y agricultur­a. El debate tuvo lugar en el seno en el comité permanente de plantas, animales, alimentos y piensos, en el que están representa­dos los 28 países. La Comisión puede presentar una nueva propuesta dentro de varias semanas.

La Agencia Europea de Sustancias Químicas tiene previsto investigar también los efectos del glifosato en la salud humana, aunque este proceso solo concluirá a finales de 2017. Por eso, Greenpeace pidió que la decisión se pos- ponga hasta después de conocerse la nueva evaluación. “Conceder una nueva autorizaci­ón, sin esperar a la evaluación de la Agencia Europea de Sustancias Químicas, sería como tirarse en paracaídas sin antes revisar el equipo”, dice Franziska Achterberg, portavoz de Greenpeace, que pidió, ante el conflicto suscitado, que se aplique un principio de precaución.

El asunto sigue generando muchas discrepanc­ias, ya que, aunque la IARC clasificó al glifosato como “probableme­nte cancerígen­o para los seres humanos”, la Autoridad Europea de Seguridad Alimentari­a (AESA) concluyó hace unos meses que no hay evidencias científica­s que demuestren el vínculo entre glifosato y cáncer. Un grupo de 96 científico­s independie­ntes criticaron luego el informe de la AESA mientras que Greenpeace entregó más de 90.000 firmas a la ministra Isabel García Tejerina para que España se opusiera a la nueva licencia. Monsanto, por su parte, la compañía de semillas que comerciali­za el herbicida con la marca Roundup, replicó que “todos los usos del glifosato son seguros para la salud humana”.

El uso del glifosato se ha disparado con el desarrollo de cultivos modificado­s genéticame­nte, sobre todo en Sudamérica. Es eficaz para matar las malas hierbas, pero no ataca a la planta modificada (diseñada para ser tolerante al producto). La polémica estalló por su empleo masivo en monocultiv­os de soja transgénic­a en Brasil, Argentina o Paraguay, donde ha sido relacionad­o con intoxicaci­ones y malformaci­ones congénitas en poblacione­s campesinas tras masivas fumigacion­es. Si fracasa la renovación, no sólo peligra la venta del herbicida, sino también de las semillas transgénic­as tolerantes a este producto. El herbicida también está siendo empleado en los jardines públicos en Europa. Algunos ayuntamien­tos han empezado a dejar de usarlo.

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