Para poder votar
En una de sus sesiones más concurridas, el festival de cine Americana ha estrenado en Barcelona la última película de Frederick Wiseman, In Jackson Heights, en la que el cineasta estadounidense retrata la vida de un barrio de Nueva York en el que se hablan 167 lenguas. El filme constituye un canto a la diversidad sin obviar ninguno de sus conflictos, con esta forma tan especial que tiene Wiseman de apelar constantemente a los valores democráticos que se deben preservar ante las nuevas situaciones que ponen en crisis los modelos institucionales. En sucesivas conversaciones entre los habitantes del barrio podemos comprender las amenazas de desaparición de las tiendas gestionadas por inmigrantes que tienen que cerrar por el aumento abusivo de los alquileres, la situación de varias comunidades, como la judía, la musulmana o la latinoamericana, la importancia de la comunidad gay y transgénero, y el funcionamiento de una oficina del ayuntamiento de barrio que atiende las consultas telefónicas de vecinos indignados, una manera de hacer visible la insuficiencia del sistema.
Quizás una de las secuencias más significativas y emocionantes es aquella en que una mujer está instruyendo a tres personas asiáticas recién llegadas sobre cómo deben contestar a las preguntas que les harán para pasar el examen de su aceptación en suelo americano. La mujer les pregunta qué motivo alegarán a la pregunta de por qué quieren instalarse en Estados Unidos. Sin entender ni hablar casi inglés, los tres candidatos balbucean una primera idea: por la libertad de expresión. A la instructora no le parece suficiente, pero los aspirantes insisten: por la libertad de expresión, y más tarde añaden, “para poder votar”. La instructora concluye que no es un mal argumento: tres inmigrantes quieren vivir en Estados Unidos para poder votar. Simple, y quién sabe si efectivo.
Wiseman ha conseguido lo que sólo pueden hacer los grandes maestros del cine documental: hacer revivir un barrio penetrando en sus mecanismos de funcionamiento internos, invisibles y diversos. Entre los precedentes en esta misma voluntad, yo destacaría lo que consiguió el cineasta holandés Johan Van der Keuken con Amsterdam global village, donde toda la ciudad era tratada como un gran espacio multicultural, y lo que supo también reflejar Joaquim Jordà en De nens, filmada en el Raval, un territorio que mantiene muchos puntos de conexión con el barrio que nos propone Wiseman.
En su crítica sobre In Jackson Heights, The New York Times apelaba a la herencia de Walt Whitman y se planteaba cómo Wiseman había tomado el relevo de la reivindicación del ser común en su colosal obra completa. Si hasta ahora retrataba las instituciones, en este filme último nos propone mirar un barrio múltiple como un lugar esencial de vida, de conflicto, de solidaridad y de dignidad, siempre con este principio que el propio Wiseman suele definir sobre los territorios que filma: un espacio concreto y limitado, donde se producen una serie de actividades, con una gente implicada. Con este principio y la mirada comprometida basta para construir el conjunto de una obra esencial de nuestro tiempo.
Wiseman ha logrado revivir un barrio penetrando sus mecanismos invisibles