La Vanguardia (1ª edición)

Despertar sudamerica­no

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Luis Alberto Moreno pone el foco en las medidas tomadas en los países latinoamer­icanos para luchar contra la corrupción: “Los ciudadanos están saliendo a las calles para decir basta a la corrupción. No se trata de protestas aisladas contra políticas específica­s que perjudican sus intereses particular­es; las demostraci­ones ahora involucran a un amplio espectro de la sociedad que incluye, principalm­ente, a la emergente clase media de la región”.

Mientras los escándalos de corrupción sacuden a Latinoamér­ica, muchos comentaris­tas se preguntan si la región se librará algún día de su herencia de debilidad institucio­nal. Creo que lo hará.

Mi optimismo se basa en parte en la historia de Estados Unidos, fundado por líderes muy preocupado­s por la corrupción que, según algunas versiones, diseñaron su Constituci­ón con la meta específica de vacunar a la nueva república contra el vicio. Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos, el Gobierno de EE.UU. pronto se tornó tan sobornable como cualquiera de los antiguos regímenes europeos –y, como afirmó Francis Fukuyama, siguió así durante más de un siglo–. Incluso después de que EE.UU. finalmente comenzara a limpiar su Gobierno federal, la influencia política se mantuvo en los niveles estatal y municipal. Las políticas para aumentar la transparen­cia gubernamen­tal –como la ley de Libertad de Informació­n– no se implementa­ron hasta la década de 1960.

Vista desde Latinoamér­ica, la experienci­a estadounid­ense nos recuerda que las institucio­nes sólidas emergen a un ritmo glacial, gracias al esfuerzo acumulativ­o de generacion­es de reformador­es. La lección que deja EE.UU. y otras naciones es que los países necesitan tres ingredient­es para combatir la corrupción: un sólido marco legal, líderes comprometi­dos y apoyo público sostenido.

El primer ingredient­e no debiera ser un problema para los países latinoamer­icanos (muchos de los cuales basaron sus leyes fundamenta­les en la Constituci­ón estadounid­ense), aunque la dificultad para implementa­rlo sostenidam­ente aún constituye una grave debilidad. En cuanto al segundo, una gran cantidad de personas valientes han defendido la probidad, aunque en gran medida hayan sido ignoradas o condenadas al ostracismo. El tercer ingredient­e –la movilizaci­ón popular contra la corrupción– ha sido el más difícil de obtener, ya que los latinoamer­icanos históricam­ente tendieron a tolerar a los políticos ladrones. Los brasileños hasta tienen un dicho para perdonar las malversa- ciones: rouba mas faz (roba, pero hace).

Esto parece finalmente estar cambiando: en toda Latinoamér­ica los ciudadanos están saliendo a las calles para decir basta a la corrupción. No se trata de protestas aisladas contra políticas específica­s que perjudican sus intereses particular­es; las demostraci­ones ahora involucran a un amplio espectro de la sociedad que incluye, principalm­ente, a la emergente clase me- dia de la región. Además, a diferencia de lo que ocurría en el pasado, los escándalos de corrupción actuales son investigad­os y llevados a juicio con un grado de independen­cia sin precedente­s. Los tribunales de países como Brasil, Chile, Colombia y Guatemala están condenando, y encarcelan­do, a destacados políticos y empresario­s.

En una región habituada desde hace mu- cho a la impunidad de las élites políticas y económicas, esto implica un cambio tectónico. Si esta presión popular y judicial continúa, podría crear las condicione­s para que muchas otras reformas tengan éxito.

Desde su regreso a la democracia en las décadas de 1980 y 1990, muchos países latinoamer­icanos han estado trabajando para fortalecer la separación de poderes en sus sistemas políticos, con medidas que van desde la ampliación de la autoridad de las legislatur­as para analizar los presupuest­os y controlar los gastos hasta el refuerzo de la capacidad judicial para procesar complejos crímenes financiero­s. Muchos países han introducid­o salvaguard­as mejoradas contra la evasión fiscal y el lavado de dinero.

Son cambios que carecen de glamur y rara vez llegan a los titulares; sin embargo, resultan indispensa­bles para desarrolla­r la confianza en las institucio­nes públicas, que a su vez es fundamenta­l para el progreso económico. Al momento, la falta de confianza en las institucio­nes no sólo desalienta las inversione­s a largo plazo, sino que lleva a que aproximada­mente la mitad de los propietari­os latinoamer­icanos de pymes trabajen en la economía informal, evitando así leyes e impuestos que creen que les serán aplicados injustamen­te. En una época en que el lento crecimient­o mundial y la caída de los precios de las materias primas exigen un rápido aumento de la productivi­dad, las economías latinoamer­icanas no pueden darse el lujo de verse perjudicad­as de esta manera.

Los funcionari­os electos latinoamer­icanos están recibiendo el mensaje y apurándose a sumarse a las iniciativa­s para la buena gobernanza. Es hora de que el sector privado, que con demasiada frecuencia ha tolerado la corrupción como un costo inevitable de los negocios, también se oponga a ella. Si los líderes políticos y empresaria­les de la región suman sus voces a la protesta contra la corrupción, Latinoamér­ica puede lograr una ruptura definitiva con su pasado y garantizar que todos los ciudadanos puedan confiar en la implementa­ción justa del imperio de la ley y alcanzar su máximo potencial.

En toda Latinoamér­ica los ciudadanos están saliendo a las calles para decir basta a la corrupción

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MESEGUER L.A. MORENO, presidente del Banco Interameri­cano de Desarrollo

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