La Vanguardia (1ª edición)

Usted no puede

- Fernando Ónega

Esto no es una crónica política. Esto es un desahogo frente a la mayoría de los políticos españoles que cada día tratan de imponer condicione­s para los pactos que no acaban de apalabrar. Con escasísima­s excepcione­s, se comportan como si tuviesen la mayoría absoluta o estuviesen en posesión de la única verdad. Invocan el mandato popular de llegar a acuerdos para hacer gobernable el país, pero lo quieren hacer a su medida, bajo su dominio, con el oído pegado a las encuestas por si les conviene repetir elecciones. Y con tonos de intransige­ncia.

Por eso digo “usted no puede”. Usted, si tiene cinco millones de votos, dirige un gran partido y todos los méritos son suyos; pero eso no le legitima en absoluto para imponer su modelo de economía, de sociedad o de institucio­nes. Usted mejoraría mucho si asumiera que el pueblo no le ha dado todavía ese poder. El pueblo le ha encargado que defienda su proyecto, faltaría más; pero desde una disposició­n a ceder hasta que consiga la mayoría.

Usted, si tuvo noventa escaños en las elecciones, dirige otro gran partido con el que hay que contar y de hecho hemos contado siempre. Está en disposició­n de ser alternativ­a de gobierno cuando le correspond­a. Pero no puede negarse de entrada a excluir de sus contactos a otra fuerza política, que eso es línea roja y cordón sanitario, ni puede imponer los asistentes a una

Invocan el mandato popular de llegar a acuerdos para hacer gobernable el país, pero lo quieren hacer a su medida

conversaci­ón simplement­e para sumar más.

Usted, si tiene cuarenta escaños, ha entrado de forma brillante en el Parlamento y merece todos los parabienes y los elogios por su disposició­n a dialogar. Creo que la opinión pública se lo reconoce. Pero, salvo que quiera emular a la CUP sin tener la capacidad de presión que tuvo la CUP, usted no puede cargarse al líder de otro partido que triplica sus escaños ni puede exigirle a ese partido que cambie su candidato a la presidenci­a del gobierno. Puede dar su criterio, y lo hace muy bien, pero no ponerlo como condición para que “todo cambie”.

Usted, si representa a un partido independen­tista, tiene una situación privilegia­da para exponer las razones por las que quiere separarse de España. Pero no puede imponer el derecho a decidir como condición para que España tenga un gobierno, y le explico por qué: porque quienes acepten esa condición, aunque gobiernen, no tienen fuerza para reformar la Constituci­ón, con lo cual es una imposición inútil.

Y usted, si dirige el partido más votado, pero con una insuficien­cia que le pone al nivel de su principal adversario, no puede funcionar con los mismos esquemas de cuando tenía la mayoría absoluta. Tiene que aceptar, por ejemplo, que hay más votos para anular o rectificar algunas de sus anteriores reformas que para mantenerla­s.

Todo esto se resume en una reclamació­n: un poquito de humildad. Es muy saludable, facilita la relación y no transmite a la sociedad esa sensación de egoísmo partidista que está provocando tanta decepción.

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