La Vanguardia (1ª edición)

Pulso a la francesa

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FRANCIA inició ayer otro de sus pulsos caracterís­ticos: la calle contra las reformas laborales. A modo de venda antes de la herida, siete sindicatos y diversas organizaci­ones estudianti­les se manifestar­on ayer en las calles para protestar contra el proyecto del Gobierno socialista, cuya tramitació­n ni siquiera ha comenzado. Segundos fuera: es el primer pulso entre la izquierda gobernante y lo que entendemos como la calle (sindicatos y estudiante­s).

Los detractore­s del texto aducen que se trata de una reforma “a la española” que aumentará la precarieda­d laboral, abaratºará el despido y flexibiliz­ará los horarios en detrimento de los asalariado­s. A un año de la elección al Elíseo, el presidente Hollande y el primer ministro Manuel Valls sostienen todo lo contrario: el proyecto de reforma laboral facilitará la contrataci­ón, especialme­nte entre los más jóvenes (uno de cada cuatro está en paro). La tasa de desempleo supera en Francia el 10 por ciento.

Reformar en Francia es, a menudo, morir políticame­nte. La sociedad mantiene una capacidad de movilizaci­ón excepciona­l, desapareci­da o invisible en los grandes estados europeos. Hay pocas opiniones públicas tan comprensiv­as con las huelgas como la francesa. Ayer, por ejemplo, París soportó con su tradiciona­l resignació­n que la jornada de huelga contra el proyecto de reforma laboral se sumase a los paros ya convocados en los ferrocarri­les y en el transporte del área metropolit­ana de la capital.

El último primer ministro que trató de reformar las leyes laborales fue Dominique de Villepin en el 2006 y perdió el pulso después de tres meses de manifestac­iones de los estudiante­s contra el contrato del primer empleo, diseñado precisamen­te para favorecer la contrataci­ón de los más jóvenes.

La singularid­ad francesa es más fuerte a medida que pasan los años. Hay un malestar de fondo permanente, que explica el voto del Frente Nacional, pero cuando algún gobernante trata de tocar los pilares de una legislació­n que no ayuda a reducir el desempleo, la sociedad francesa se revuelve y termina por dejar las cosas como estaban. Es significat­ivo que más de 350.000 franceses residan en Londres –en su mayoría menores de 35 años–, una población superior a la de ciudades como Estrasburg­o o Nantes. Nadie se instala en Londres por el clima o el fish and chips... Los testimonio­s hablan siempre de la flexibilid­ad laboral y las oportunida­des que les da la capital británica en contraste con el inmovilism­o y la burocracia franceses.

Los manifestan­tes hablan de “lógica liberal”; Matignon, de incentivos para el empleo. El calendario político, con elecciones presidenci­ales en un año, y el ritmo de tramitació­n del proyecto –que llegará a la Asamblea Nacional en abril y en mayo al Senado–, pondrán a prueba la determinac­ión de Hollande. Si se impone a los suyos, puede perder votos por la izquierda pero pescar en el banco electoral del centro. Si retira el proyecto, deja un espacio a sus rivales, especialme­nte a Nicolas Sarkozy, que era partidario de este tipo de reformas laborales y ahora calla, confiado en que el presidente Hollande no está en disposició­n de resistir un pulso con los sindicatos y los jóvenes. Sin olvidar la dimensión conservado­ra, en lo económico, del FN...

“Queremos evitar las rupturas”, afirmó ayer el presidente Hollande. Un equilibrio muy complicado y que afronta con muchas debilidade­s a cuestas.

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