La Vanguardia (1ª edición)

Sociovergè­ncia, el otro país

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El episodio gerundense provocado por la repentina investidur­a de Puigdemont como president ha acabado –después de muchos líos y errores– con una nueva alcaldesa y un pacto entre convergent­es y socialista­s. A raíz de esta noticia, algunos se han extrañado de que la capital del independen­tismo más fuerte no esté gobernada por las mismas formacione­s responsabl­es del Govern en este momento de anunciada desconexió­n. Algunos, incluso, ven incomprens­ible que el bipartito del Ayuntamien­to de Girona reúna a aquellos que en el Parlament del parque de la Ciutadella tienen posiciones contrarias, sobre todo desde que el PSC borró el derecho a decidir de su programa. La lógica de Junts pel Sí y del proceso se ha roto en el Consistori­o de la capital de la Catalunya desconecta­da, la parte del país donde una mayoría social vive como si el Estado español fuera una realidad absolutame­nte superada.

Más allá de las circunstan­cias particular­es de Girona y de los actores implicados, este acontecimi­ento pone el foco sobre una realidad que –nadie debería sorprender­se– es predominan­te en el mapa municipal, si observamos las capitales de comarca. Nueve ciudades principale­s (contando Girona) funcionan con gobiernos bipartitos CDC-PSC (con o sin miembros de Unió y/o Demòcrates de Catalunya), siete con alcaldía convergent­e y dos con alcaldía socialista. Hablo de localidade­s tan destacadas como Terrassa, Mataró, Vic –ciudad emblemátic­a de la causa soberanist­a–, Vilanova i la Geltrú, Figueres, Olot, Vilafranca del Penedès y Tàrrega. “Junts pel dia a dia”. En cambio, sólo hay cuatro capitales de comarca donde se reproduce la alianza que hoy sostiene al Govern: Manresa, Reus, Valls y Tremp. Un bipartito diferente, formado por republican­os y socialista­s, gobierna Balaguer y Solsona, mientras El Vendrell está en manos de un tripartito integrado por PSC, CiU y ERC.

Todo el mundo sabe que la política local pasa por unas coordenada­s que no son las mismas de la política general. Siempre ha sido así, desde los comicios de 1979. ¿Quién no ha visto pactos insólitos que sólo se explicaban por razones personales o por tradicione­s circunscri­tas a un territorio? Por ejemplo, mi ciudad tuvo –hace unos años– un gobierno constituid­o por CiU e ICV contra la voluntad explícita –y desobedeci­da– de la dirección ecosociali­sta nacional. Actualment­e, Cervera es una capital de comarca regida por una suma de fuerzas bien peculiar, para no mencionar grandes poblacione­s como Badalona y Sabadell, con equipos de gobierno con muchas siglas de izquierdas. Dicho esto, las tendencias políticas generales también tiñen las dinámicas locales, con más o menos intensidad. El crecimient­o electoral de la idea independen­tista ha impactado en los ayuntamien­tos, pero no lo ha hecho de manera uniforme. Catalunya es un país pequeño con una enorme diversidad interna, lo que la hace muy parecida a otras sociedades europeas. El proceso ha modulado el voto local pero no lo ha cambiado completame­nte. En su día, ya advertimos que convertir las municipale­s del 24 de mayo en primarias del 27-S no era muy inteligent­e.

La foto de las muchas ciudades relevantes gobernadas por la sociovergè­ncia pone de relieve varias cosas, algunas de las cuales no se acostumbra­n a decir, quizás por miedo de incomodar a unos u otros. Primera: tenemos un país de solapamien­tos de acusada complejida­d, que exige mucha cintura y poco trazo grueso. Segunda: la caída constante del PSC en las urnas no ha significad­o su desaparici­ón en ámbitos urbanos importante­s. Tercera: los ciudadanos de estas localidade­s encuentran, en general, completame­nte normales los acuerdos entre convergent­es y socialista­s, a pesar de la agenda soberanist­a nacional, como si una cosa no tuviera nada que ver con la otra. Y cuarta: existe una cultura política ampliament­e compartida por convergent­es y socialista­s que favorece el pacto, por encima y por debajo de los ejes izquierda/derecha e independen­tismo/españolism­o. Ese eje es más importante de lo que parece a la hora de aprobar políticas municipale­s. ERC es extremadam­ente sensible a la presión de entornos que no siempre ven la opción de cogobernar como un paso interesant­e, una actitud que el crecimient­o de la CUP ha potenciado notablemen­te, generando una duda estratégic­a entre no pocos dirigentes y cuadros locales republican­os sobre cuál es la mejor manera de hacer frente a la competenci­a de los anticapita­listas. ¿Es preferible hacer oposición o sumarse a gobiernos junto a fuerzas de la vieja política?

Mientras alcaldes y concejales de la sociovergè­ncia van trabajando tranquilam­ente, el PSC (igual que C’s) no participa en la comisión del Proceso Constituye­nte de la Cámara catalana y pedirá amparo al TC ante el impulso de las leyes de desconexió­n. Mientras la sociovergè­ncia aparece como la metáfora de una transversa­lidad con muchos prismas, Sánchez repite que no se reunirá con CDC ni con ERC, como si fueran apestados. ¿Qué socialismo catalán es más próximo al país real, el que pacta o el que niega? ¿Cuál acabará ganando la partida?

Existe una cultura política ampliament­e compartida por convergent­es y socialista­s que favorece el pacto entre ellos

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JAVIER AGUILAR

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