Investir, gobernar y reformar
Los tempos en política son flexibles hasta que los calendarios fijan las fechas y las votaciones previstas. La esencia de la política, decía Harold Macmillan, es el “timing”, el hacer las cosas cuando están previstas, a su tiempo, una detrás de otra.
Tras las elecciones del 20 de diciembre y dos meses y medio después de negociaciones para construir una mayoría en el Congreso, el contador corre sin detenerse. O hay investidura o las elecciones se repetirán inexorablemente el 26 de junio.
Todos los contactos se mueven en el circuito del corto plazo en un intento inútil y complejo de cuadrar círculos para conseguir la investidura. El ser proclamado presidente es la prioridad para salir del tiempo muerto que desconcierta a la opinión pública. La investidura no es lo más difícil. Se trata de una votación mayoritaria en primera o en segunda vuelta.
Pero la situación requiere algo más que una investidura forzada por el acuerdo de fuerzas con ideas y programas contrapuestos. Un pacto de investidura no es un cheque en blanco para que el futuro presidente ejerza su cargo al margen de los apoyos que le cata-
Si no se retiran los líderes que más votos perdieron, la investidura se presenta tan difícil como inútil
pultaron a la Moncloa. El pacto incluye la gobernabilidad en la legislatura. Pedro Sánchez y Albert Rivera han jugado con un cierto entusiasmo la primera eliminatoria y la han perdido.
El bombo del nuevo sorteo está dando vueltas y vueltas hasta que un emparejamiento consiga una mayoría. Quedan muchas semanas de negociaciones abiertas y secretas. Si no se alcanza un acuerdo entre el Partido Popular, el PSOE y Ciudadanos, será complicado superar la investidura. Y no digamos ya la formación de un gobierno estable y duradero.
La cuestión está en los personalismos. Ninguno de los cuatro líderes pondera la posibilidad de dar un paso atrás. Con las cartas boca arriba en las negociaciones en curso, el primero que debería retirarse es Mariano Rajoy. Es cierto que quedó como primera fuerza en las elecciones. Pero con su victoria no consigue nada debido a la soledad que ha ido construyendo en los últimos años de mayoría absoluta. Todavía cree que puede gobernar por su cuenta.
Pedro Sánchez no está en mejores condiciones después de haber fracasado en su primer intento. Si diera un paso atrás, también facilitaría una investidura y una coalición amplia que podría acometer las reformas necesarias –la territorial entre ellas– y salir de la interinidad actual.
Si no se apartan los que más votos perdieron en las elecciones –Rajoy y Sánchez–, es improbable que haya investidura y que se forme un gobierno sólido. No está escrito en parte alguna que unas nuevas elecciones repitieran más o menos los resultados de diciembre. El electorado no tiene por qué pronunciarse por un nuevo estancamiento político. Si los personalismos no ceden, iremos a las urnas en junio.