La presión, un arma de doble filo
La exigencia sin motivación no sirve en el deporte ni el trabajo
Querer es poder”. “No hay límites”. “Se crecen ante la presión”. Las dos primeras frases suelen escucharse en escenarios deportivos; la tercera es más propia del mundo laboral convencional. Afirmaciones que hoy cobran especial protagonismo tras el fuego cruzado entre entrenadoras (Anna Tarrés) y deportistas (Gemma Mengual y Ona Carbonell) de la natación sincronizada. Las chispas saltaron después de que España no se clasificara para los Juegos Olímpicos de Río mientras que las gimnastas de Ucrania (entrenadas por Tarrés tras su accidentada marcha del equipo español) sí estarán en esa cita olímpica.
Rencor, venganza... Son términos también escritos en este enfrentamiento vía Twitter. Pero a nadie se le escapa, tras el éxito de Anna Tarrés con Ucrania y el fracaso de España que ya no la tiene como entrenadora, que en esta historia planea otro ingrediente: la presión. Entendida, en el deporte de élite, como el esfuerzo y trabajo llevado al límite y exigido a las gimnastas para conseguir el máximo rendimiento. Aunque la presión es un arma de doble filo, también vale para el mundo del trabajo convencional. Bien ejercida puede proporcionar excelentes resultados. Mal aplicada, sólo causará estrés y frustración.
“La presión, ya sea física o psicológica, no deja de ser una carga (que tiene un volumen y una intensidad) que hay que regular para que produzca una mejora en las capacidades por sobrecompensación”, afirma Àlex Gordillo Molina, psicólogo deportivo y profesor de Inefc en Lleida. “Es la forma de entrenar –continúa– las capacidades condicionales (fuerza, resistencia, velocidad), las coordinativas (equilibrio, coordinaciones, ritmo) y las psicológicas (nivel de activación, concentración, motivación, confianza). La gran dificultad es encontrar el nivel de presión adecuado para conseguir esta mejora progresiva, porque si no es suficiente no tiene efecto, y si es excesiva se consigue el efecto contrario: pérdida de rendimiento, ansiedad o riesgo de lesiones”.
Elisa Sánchez, psicóloga experta en recursos humanos, directora de Idein y y profesora de másters universitarios de la Udima-Cef, distingue entre motivación y presión. Y considera que la primera es más positiva, para el trabajador convencional, que la segunda. “La motivación son las ganas de hacer algo, de moverte para alcanzar un objetivo concreto generado por una necesidad o un deseo”. Sánchez añade: “La motivación puede ser intrínseca o interna (la propia satisfacción personal, sentirse feliz por el trabajo realizado). Esta suele ser de larga duración y autosostenible. Los valores y las emociones tienen un papel muy importante. También hay motivaciones externas (obtener un refuerzo como el dinero, un ascenso, poder, etcétera) que suelen tener un efecto a corto plazo”.
La presión, considera esta psicóloga, “es algo externo, normalmente muy intenso, no deseado y con frecuencia impuesto o al menos no consensuado”. Elisa Sánchez coincide con Gordillo en que, al igual que ocurre con el deporte, la presión en el trabajo “puede funcionar con algunas personas en determi-
“Hay que encontrar la medida; poca presión no tiene efecto y mucha puede ser fatal” “La situación ideal en el trabajo es la que infunde entusiasmo para alcanzar un objetivo”
nados momentos”. Pero se muestra convencida de que imponer en una oficina aquella premisa de “se crecen con la presión” raras veces “va a funcionar con todos los trabajadores a largo plazo, y más pronto que tarde se va a ver afectada la productividad”. Sánchez recuerda que este tema está muy estudiado. Y cita investigaciones (Yerkes y Dobson) conocidas como las de la U invertida. Esos estudios concluyeron: “Si estamos poco presionados o motivados, no rendimos; según aumenta la activación, crece nuestro rendimiento, pero llegará un punto en que demasiada presión o activación propiciará disminución de la actividad”.
Àlex Gordillo insiste, por su parte, en que “las cargas y la presión se pueden medir y cuantificar, pero no sus efectos”. Esta es la parte más complicada para un entrenador de deportistas de élite. “La presión, en este mundo de máxima exigencia, es imprescindible pero la dificultad está en saber planificar ese proceso de cargas y en medir la respuesta de los deportistas para poder regular la intensidad y el volumen”.
¿Y dónde está el límite a la hora de ejercer esa presión para conseguir un mayor rendimiento? “Una pregunta compleja”, responde Àlex Gordillo. El límite, tanto para deportistas de élite como para cualquier otra persona, “es difícil de determinar”, reconoce. La frase, tan de moda, “querer es poder” es para este profesor de Inefc “muy engañosa”. El afán de superación –considera– nos puede ayudar a salvar muchas dificultades y hay que decir que querer ayuda a poder, pero evidentemente nuestras capacidades son limitadas y ser conscientes de esa situación ayuda a superar los propios límites”.
La situación ideal, indica Elisa Sánchez, sería “la de sentirnos mo- tivados internamente hacia la tarea. Eso hace que nos impliquemos en el trabajo y disfrutemos consiguiendo los objetivos marcados”. En situaciones de mucha presión puede aparecer el estrés. En el caso de los deportistas eso no tiene por qué ser negativo. “El objetivo, en estos casos, es conseguir que la activación física y emocional que produce el estrés se convierta en energía positiva para rendir más y mejor. Esa es una de las principales aportaciones del entrenamiento psicológico en el deporte”, afirma Gordillo.
Trabajo convencional y deporte de élite comparten, por otro lado, lo que se denomina “presión competitiva”. Otra frase tan escuchada como “salir a disfrutar” cuando se juega una final “es un intento de controlar las emociones negativas ante la presión por la obligación de ganar”. En el mundo laboral esa presión se refiere a la obtención de resultados positivos de la empresa. “Lo único que hay que hacer es conseguirlos por el esfuerzo colectivo y no por una competitividad entre los trabajadores”, concluye Sánchez.
El estrés es necesario y bien gestionado puede resultar clave para un triunfo La empresa más competitiva es la que triunfa sin que haya competencia interna