Un héroe ultralocal
El periodista Víctor Amela recibe el XXXVI premio Ramon Llull de novela por ‘La filla del capità Groc’
Pongamos que todo empieza con un gran fósil de caracol. Tal vez sea el mismo que le regaló el tío Braulio, un labrador que era “el Forcall hecho hombre”. O tal vez Víctor Amela lo sacó del río Calders, en la comarca de los Ports de Morella, donde se bañó todos los veranos entre 1965 y 1970. El médico dijo que respirar aires secos le iría bien, y su padre se lo llevó al pueblo. Así creó Amela su paraíso perdido, al que volvería con veinte años; fue el primer lugar que visitó en cuanto se sacó el carnet de conducir.
Sus magdalenas de Proust son las moscas, la cuajada, el tañido de las campanas, los cascos de los caballos sobre la piedra, los riscos y el olor de las cuadras. También aquella niña de la que se enamoró siendo un crío, y a quien sólo se ha declarado por escrito, cuando él se identifica en el libro con el personaje de Pep lo Bo, y a ella la convierte en Manuela, La filla del capità Groc. En la novela ganadora del XXXVI Ramon Llull, publicada por Planeta, Pep lo Bo le regala un fósil de caracol a Manuela. Lo que pasó en realidad fue que, mientras la niña de la que Amela se enamoró le cogía de la mano y le decía que se casarían algún día, llegó un chaval un poco bruto y se puso a contar las andanzas de Tomàs Penarrocha, un héroe ultralocal, muy distinto a Curro Jiménez o Braveheart, conocido en la comarca como el Groc del Forcall.
Amela creía que era pura leyenda. Pero luego descubrió que estaba documentado: acorralado por los liberales en el Santuario de la Mare de Déu de la Balma, en un barranco escarpado, el Groc había saltado al vacío, y agarrándose a las ramas de un árbol consiguió huir. Fue una de las muchas aventuras que vivió en la zona del Maestrazgo. En el pueblo sigue habiendo un ciprés donde aseguran que se escondió una vez, aunque parece escuchimizado para eso.
La novela transcurre entre las dos primeras guerras carlistas. El Groc es “un fanático que lucha por una causa perdida”. Una causa por la que sacrifica su relación conyugal, y por la que halla en su hija a su confidente más leal. “Si mil vidas tuviese, mil vidas daría por mi padre”, le dice Manuela al general que amenaza con fusilarla. Otros le traicionarán en una historia “romántica y trágica”, según su autor, relatada con la emoción de un best-seller. El Groc es carlista. Se enfrenta a los liberales, a los que sus enemigos llaman peseteros. “Lo que no son pesetas son puñetas”, decían ellos.
“El Groc sería el primer indignado contra el capitalismo liberal burgués”, bromea Amela, “tiene que ser fiel a la ley de su abuelo, y la del abuelo de su abuelo”. Defiende un mundo milenario basado en la cosecha, las tradiciones, y el cura que intercedía por los vecinos. Dios, patria y rey. El Groc no para ni cuando el líder Ramón Cabrera se exilia. De hecho, recuerda Amela, a los que continuaron luchando entre 1841 y 1843, antes de que empezara la segunda guerra carlista, se les llamó desairados.
Ni Amela se casó con aquella niña que se lo prometió, ni Pep lo Bo se casó con la hija del Groc. De hecho, ella lo hizo con José Bordás Marcoval, que acabó preso en Morella y que, en su memorias, habla de su yerno con estima y admiración. El ayuntamiento publicó sus manuscritos en 1997,
“El Groc sería el primer indignado contra el capitalismo liberal burgués” Amela es hijo y nieto y bisnieto de las guerras fratricidas; sin toda esta tragedia, él no existiría
con iniciales en lugar de nombres propios, porque hablar de lo que pasó hace 170 años en Forcall es equivalente a contar lo que pasó en la Guerra Civil. Aún despierta susceptibilidades.
La Guerra del Groc: Memorias de un voluntario carlista forcallano es una de las muchas lecturas que Amela ha hecho sobre la zona, porque prácticamente las colecciona, desde La campaña del Maestrazgo, en la que Benito Pérez Galdós retrata a un Ramón Cabrera tartamudo, hasta La venta de Mirambel, o Los confidentes audaces, de Pío Baroja. No es casual que uno de los capítulos de La filla del capità Groc sea Els confidents porucs.
Hay más guiños. Uno hace referencia a Les històries naturals, de Joan Perucho y a la sopa de ajo que curó a Cabrera, el Tigre del Maestrazgo. Otra recupera la figura de Benedicto Mol que, inventado o no, según La Biblia en España de George Borrow, iba por ahí buscando un tesoro.
¿Por qué no escribir él una novela decimonónica?, se preguntó Amela. Tenía a los personajes
–reales¬, la documentación, los paisajes, incluso ese material de verdad con el que se construye la ficción, como un fósil de caracol: la memoria. En su caso, atávica. Al final del libro entendemos por qué se identifica con Pep lo Bo, y por qué tenía que escribirlo. De las guerras de antaño derivaron las demás. Y como apunta Amela, él es hijo y nieto y bisnieto de las guerras fratricidas españolas. Sin toda esta tragedia, él no existiría. Por cierto, su abuelo aseguraba que estuvo a punto de salvar a Lorca. Pero esta es otra historia.