A la espera
Es probable que quien escucha a los economistas acabe dudando más de una vez de ellos. De lo que dicen y lo que saben. Ejemplos los tenemos en aspectos como la lucha para aumentar la inflación (¿no habíamos quedado en que era mala?), la bolsa (¿va mejor cuando peor va la economía?) o la valoración del crecimiento (¡ahora ya no se trata del nivel alcanzado, ni la tasa, ni la variación de la tasa, sino de las expectativas que se crean sobre la rapidez del crecimiento o “la aceleración de la reducción”!).
Es injusto, sin embargo, hacer una descalificación general de la profesión. La economía ayuda a entender la realidad, que está hecha de intereses en transacciones de efectos múltiples que llegan de manera diferente a los mercados y a los medios que los radiografían. Como disciplina, la economía es, no lo olvidemos, una ciencia social. Analiza. Y como las realidades son complejas, las valoraciones dependen no sólo de quien las hace, sino del horizonte contemplado, las diferencias geopolíticas en las que se mueven los agentes económicos e incluso, en el seno de estos, según sea la composición de sus patrimonios.
En la crisis vivida y en las medidas de resolución, la diagnosis es bastante diferente si el análisis de la gran liquidez insuflada a la economía lo juzgamos como esfuerzo desesperado de reactivación a corto plazo, por los problemas que crea tanta liquidez por la bien segura aparición de burbujas en el futuro (mucho dinero en una economía con poco pulso hace bajar el tipo de interés) o desde la óptica del que vive de rentabilizar el capital y se lo tiene que jugar a la prima de riesgo. Es entonces cuando empiezan las “cosas raras”: la financiación fuera de balance y otras cosas, que el supervisor casi ya no puede controlar.
En medidas como las actuales del BCE de mover la economía hacia tipo de interés negativos, supuestamente para empujar la reactivación, los efectos van “por barrios”. Fondo y aseguradoras resultan fuertemente perjudicados. Los bancos, según sea su balance: no captarán depósitos si no los retribuyen, por mucho que tengan montañas de dinero disponible a precio tirado. O entre empresas... Así, detrás de esta manipulación del tipo de interés hay también guerra de divisas. Que suponen buenas noticias para los exportadores europeos si Estados Unidos sube los tipos cuando nosotros los bajamos, ya que el dinero fluye hacia allí y sube la cotización del dolar, que retribuye ahora mejor a los capitales. O malas para las empresas que tienen que importar inputs para sacar adelante su producción. Incluso las valoraciones cambian a la vista de la composición de los activos de una entidad financiera: los tipos de interés a la baja revalorizan los activos y pueden hacer bajar la morosidad, pero dificultan la captación de pasivos.
Por otra parte el supervisor económico tiene que criticar y aportar a la vez: revisa a la baja las expectativas de crecimiento y tiene que decir cómo lo piensa mejorar. El BCE lo tiene que hacer con una mano atada: sólo tiene la política monetaria, ya que la fiscal continúa en manos de unos países donde cada uno va a la suya. Con un objetivo de inflación (no el crecimiento como en el caso de la Reserva Federal) y un solo instrumento, el monetario, ya casi agotado, no se pueden tampoco hacer milagros. Y el presidente del BCE opta por el wording (apalabrar para guiar las expectativas) siempre habrá quien políticamente dirá que el supervisor público va a a la zaga de los mercados y no los dirige. O quien diga que los mercados ya habían descontado determinadas medidas y reclaman expectativas incompletas. Hoy lo veremos ras la reunión del BCE.
La diversidad de intereses decidirá la lectura que se haga de la decisión del BCE