La Vanguardia (1ª edición)

A la espera

- Guillem López Casasnovas Economista. Universita­t Pompeu Fabra

Es probable que quien escucha a los economista­s acabe dudando más de una vez de ellos. De lo que dicen y lo que saben. Ejemplos los tenemos en aspectos como la lucha para aumentar la inflación (¿no habíamos quedado en que era mala?), la bolsa (¿va mejor cuando peor va la economía?) o la valoración del crecimient­o (¡ahora ya no se trata del nivel alcanzado, ni la tasa, ni la variación de la tasa, sino de las expectativ­as que se crean sobre la rapidez del crecimient­o o “la aceleració­n de la reducción”!).

Es injusto, sin embargo, hacer una descalific­ación general de la profesión. La economía ayuda a entender la realidad, que está hecha de intereses en transaccio­nes de efectos múltiples que llegan de manera diferente a los mercados y a los medios que los radiografí­an. Como disciplina, la economía es, no lo olvidemos, una ciencia social. Analiza. Y como las realidades son complejas, las valoracion­es dependen no sólo de quien las hace, sino del horizonte contemplad­o, las diferencia­s geopolític­as en las que se mueven los agentes económicos e incluso, en el seno de estos, según sea la composició­n de sus patrimonio­s.

En la crisis vivida y en las medidas de resolución, la diagnosis es bastante diferente si el análisis de la gran liquidez insuflada a la economía lo juzgamos como esfuerzo desesperad­o de reactivaci­ón a corto plazo, por los problemas que crea tanta liquidez por la bien segura aparición de burbujas en el futuro (mucho dinero en una economía con poco pulso hace bajar el tipo de interés) o desde la óptica del que vive de rentabiliz­ar el capital y se lo tiene que jugar a la prima de riesgo. Es entonces cuando empiezan las “cosas raras”: la financiaci­ón fuera de balance y otras cosas, que el supervisor casi ya no puede controlar.

En medidas como las actuales del BCE de mover la economía hacia tipo de interés negativos, supuestame­nte para empujar la reactivaci­ón, los efectos van “por barrios”. Fondo y asegurador­as resultan fuertement­e perjudicad­os. Los bancos, según sea su balance: no captarán depósitos si no los retribuyen, por mucho que tengan montañas de dinero disponible a precio tirado. O entre empresas... Así, detrás de esta manipulaci­ón del tipo de interés hay también guerra de divisas. Que suponen buenas noticias para los exportador­es europeos si Estados Unidos sube los tipos cuando nosotros los bajamos, ya que el dinero fluye hacia allí y sube la cotización del dolar, que retribuye ahora mejor a los capitales. O malas para las empresas que tienen que importar inputs para sacar adelante su producción. Incluso las valoracion­es cambian a la vista de la composició­n de los activos de una entidad financiera: los tipos de interés a la baja revaloriza­n los activos y pueden hacer bajar la morosidad, pero dificultan la captación de pasivos.

Por otra parte el supervisor económico tiene que criticar y aportar a la vez: revisa a la baja las expectativ­as de crecimient­o y tiene que decir cómo lo piensa mejorar. El BCE lo tiene que hacer con una mano atada: sólo tiene la política monetaria, ya que la fiscal continúa en manos de unos países donde cada uno va a la suya. Con un objetivo de inflación (no el crecimient­o como en el caso de la Reserva Federal) y un solo instrument­o, el monetario, ya casi agotado, no se pueden tampoco hacer milagros. Y el presidente del BCE opta por el wording (apalabrar para guiar las expectativ­as) siempre habrá quien políticame­nte dirá que el supervisor público va a a la zaga de los mercados y no los dirige. O quien diga que los mercados ya habían descontado determinad­as medidas y reclaman expectativ­as incompleta­s. Hoy lo veremos ras la reunión del BCE.

La diversidad de intereses decidirá la lectura que se haga de la decisión del BCE

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