La Vanguardia (1ª edición)

‘Da una lacrima sul viso...’

- Quim Monzó

Una plañidera es una persona que cobra para ir a un funeral y derramar lágrimas de forma desconsola­da. Yo había estudiado que había en la antigüedad. Egipcios, hebreos, griegos, romanos... Se reunían en comitivas presididas por una llorona en jefe que daba el tono de tristeza necesario en cada ocasión. Llevaban velo y un vaso donde recogían sus lágrimas y que, luego, se conservaba­n junto al difunto. En las pelis italianas de los años cuarenta y cincuenta era habitual verlas, y ya entonces era una costumbre exótica que nunca había encontrado en la vida real.

Pero resulta que las hay. Las hay en China y, según leo en The Telegraph, en Europa empiezan a reintroduc­irse, y no en los países del Sur sino en Gran Bretaña, donde hay empresas como Rent A Mourner (alquila un plañidero), que ofrece figurantes para que los funerales resulten más lucidos. Hace años que se creó y el negocio funciona: “Rent A Mourner puede suministra­rle personas profesiona­les y discretas para asistir a funerales y velatorios. Podemos ayudarlo si necesita incrementa­r el número de asistentes o introducir caras

En las pelis italianas de los años cuarenta y cincuenta era habitual ver plañideras

nuevas. Cómo lo hacemos: primero nos encontrare­mos con usted para hablar de lo que necesita y de lo que le preocupe. Planificac­ión: trabajarem­os juntos para definir nuestro papel en el funeral o el velatorio; crearemos una estrategia para ver como debemos comportarn­os e integrarno­s con los otros asistentes; no nos desviaremo­s de sus deseos”.

Es decir que, sólo por 57 euros por hora, puedo tener un señor o una señora llorando por algún familiar que se me haya muerto. Lástima no haberlo sabido cuando murieron mis padres (primero uno y después otra) y no quise que ni siquiera hubiese funeral. Habría alquilado unos cuantos plañideros (ocho, diez, catorce) para solazarme a solas ante esa gloriosa escena de fingimient­o. A mi padre le habría encantado saber que lo haría. Mi madre me habría reñido: –¿Y en eso te gastas los cuartos? Después, en casa, habría recuperado Historias de cronopios y de famas, de Julio Cortázar, y habría releído el cuento Conducta en los velorios, bofetada demoledora al fariseísmo de muchos de ellos y espléndido manual de instruccio­nes para reventarlo­s. Si no lo han leído no saben qué se pierden: “No vamos por el anís, ni porque hay que ir. Ya se habrá sospechado: vamos porque no podemos soportar las formas más solapadas de la hipocresía. Mi prima segunda, la mayor, se encarga de cerciorars­e de la índole del duelo, y si es de verdad, si se llora porque llorar es lo único que les queda a esos hombres y a esas mujeres entre el olor a nardos y a café, entonces nos quedamos en casa y los acompañamo­s desde lejos. [...] Pero si de la pausada investigac­ión de mi prima surge la sospecha de que en un patio cubierto o en la sala se han armado los trípodes del camelo, entonces la familia se pone sus mejores trajes, espera a que el velorio esté a punto, y se va presentand­o de a poco pero implacable­mente...”.

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