¿Los libros son una birria?
En mi ausencia se ha armado una pequeña trifulca sobre la base de una frase que dejé caer sin pensar en su trascendencia. Y no la tiene, salvo cuando un cronista resume mi intervención y luego alguien pone unas palabras en un destacado donde lo llamativo prima sobre lo riguroso. Aun así, no diría nada si personas a las que aprecio y respeto no hubieran intervenido en el debate, inducidas por un error de interpretación.
No es que quiera contradecir sus opiniones sobre el tema en cuestión y sobre mi persona y poca esperanza tengo de remediar a
posteriori tanta descontextualización.
La frase que encabeza este escrito proviene de una intervención oral en el marco del Congreso Internacional de la Lengua Española celebrado en Puerto Rico, en la cual critiqué la tendencia actual a sustituir la enseñanza de la lengua y la literatura por el simple fomento de la lectura, una tendencia motivada en el temor de que los jóvenes pierdan el hábito de leer. Entre otras razones, basaba mi escaso entusiasmo por el fomento de la lectura en la noción de que, a mi juicio, leer por leer no tiene el menor interés y leer una birria de libro es una pérdida de tiempo como otra cualquiera. Con esto no quise decir que la mayoría de los libros que se publican sean una birria.
No creo que ni yo ni nadie pueda determinar la proporción de birrias que se publican y hacer un juicio tan absoluto sería una banalidad tan burda y desconsiderada que rebasaría los límites de mi propia insensatez.
Era una frase hecha y confiaba en que fuera entendida como tal y no como el inicio de una nueva escuela hermenéutica. Tampoco critiqué el fomento de la lectura. Es parte esencial de toda formación estimular y fomentar el interés de los jóvenes por el conocimiento a través de la lectura y del estudio, y no sólo de la literatura, sino de las ciencias, las artes y todo lo demás. Pero el simple fomento no basta, y quedarse en eso implica reducir algo tan importante como la lengua y la literatura a lo que en mis tiempos de es- tudiante se llamaba “una maría”.
Sí dije, y me gustaría aprovechar la oportunidad de reiterarlo, que considero la enseñanza de la lengua y la literatura como algo importante, que mal puede ser reemplazado por una blanda campaña a favor de la lectura sin criterio.
En cuanto a los hábitos de los jóvenes, en general, dije y repito que no me conciernen en tanto que escritor y que siempre he confiado y sigo confiando en la curiosidad intelectual y el discernimiento de los seres humanos de cualquier edad.
EDUARDO MENDOZA
Barcelona