Fleming y Carolina
Carolina Ruiz Serrat contaba 78 años cuando la entrevisté. Su hija, también Carolina, es la viuda del muy recordado y tan añorado Miquel Pallés, quien se ganó el simpático y bien indicativo apodo de Carolino. Sus dos combativas nietas Carolina y Mercè aciertan a llevar con buen pulso las riendas de la floristería en tiempos nada fáciles. Cinco son ya las generaciones de mujeres de la misma familia que se han dedicado a pie de la Rambla a esta venta, y antes de que el Ayuntamiento hubiera plantado y oficializado los puestos fijos.
Me contaba ella en 1988 que había visto desfilar por la Rambla de les Flors muchísimas personalidades y autoridades tanto antes como después de la guerra incivil. Pero el encuentro que más recordaba, a causa de la emoción que le había provocado, fue con Fleming.
Era un día de Corpus, recordaba precisión y añadió: “Unos clientes me estaban comprando claveles para lan- zarlos al paso de la procesión por la calle Ferran, cuando les pregunté quién era un señor que en aquel momento se acercaba, acompañado por tanta gente. Me dijeron que era el doctor Fleming. Yo no sabía de quién se trataba, pero me bastó saber que era el descubridor de la penicilina. Sin dudar, me acerqué y le entregué un ramo de flores precioso, el más grande que tenía a mano. El doctor Barraquer, que iba a su lado, me tradujo las gracias más expresivas que me dio aquel gran sabio”.
Había sido invitado en 1948 por el hospital de Nuestra Señora del Mar para Infecciosos con el fin de pronunciar conferencias; impartió cinco. Las dos semanas que permaneció aquí dieron para muchos más: recepciones, cenas de gala, concierto en el Palau de la Música ( very ugly), toros, fútbol, folclore en el Poble Espanyol, procesión del Corpus, Montserrat, etcétera.
Lo que más le impresionó fueron las muestras repetidas del afecto popular que recibía a su paso por las calles. Y así lo detalla en sus dietarios minuciosos, recién consultados por Daniel Venteo en la British Library de Londres para relatar unos de los capítulos de su impecable investigación: Barcelona i l’Hospital del Mar.
Fleming confiesa por escrito que toda una serie de cosas ya le habían sucedido en otras ciudades visitadas, pero que era la primera vez que había sido objeto de tanta “demostración espontánea de cariño por parte de todas las clases sociales”. Y añadé: “Creo que se manifestó por primera vez en la Rambla de las Flores, en vuestro bello mercado de flores”. De ahí el comentario que le hizo por escrito al alcalde, en el curso de la cena oficial del Ritz: “Barcelona es en verdad una ciudad de flores y las flores bellas dan alegría a la tierra”.
Así pues, no fue de extrañar que sentenciara: la Rambla es el paseo más bello del mundo. Coincidía así en el tiempo y en la valoración con el gran escritor Somerset Maugham.
La Rambla fue el escenario que más impresionó al sabio durante su larga estancia en 1948