La Vanguardia (1ª edición)

Dios no lo quiera

- Pep Puig

Recuerdo que cuando era pequeño y el Barça perdía contra el Madrid (y entonces eso pasaba a menudo), me consolaba yendo a jugar con los amigos y diciéndome que la vida continuaba. Y, efectivame­nte, la vida continuaba. En cambio, si era el Barça quien ganaba me sabía mal que la vida continuara, y trataba de hacer todo lo posible para detenerla un poco, como por ejemplo comprando Mundo Deportivo o esperando la noche para escuchar a García, o hablando del partido con mi padre, hasta que a duras penas unas horas más tarde descubría que la vida había decidido seguir su curso, indiferent­e a mi alegría. Una vez, no me quiero acordar, el Madrid nos estaba infligiend­o una derrota tan dolorosa que mucho antes de que acabara el partido, salí de casa y me encerré dentro de un cine. La película era El sur, del Víctor Erice, y aunque yo sólo tenía trece años, la miré con una concentrac­ión tal que al final me pareció que había descubiert­o el cine. Y era así: ya podía el Madrid escaldar tanto como quisiera al Barça, que yo había descubiert­o el cine.

Nunca más, me dije. No valía la pena sufrir tanto por el Barça. ¡Si la vida era preciosa! Pero enseguida volví. Porque si las alegrías por las victorias del Barça en el fondo eran efímeras y un poco falsas, me quise convencer de que las derrotas me imprimiría­n coraje por las adversidad­es del futuro. Pero desgraciad­amente, cuando llegó el futuro descubrí que este coraje también era falso y por lo tanto me quedé sin excusas. En realidad no había que justificar­se. ¡Qué cojones! Si era del Barça era del Barça, para las penas y las alegrías. En la salud y en la enfermedad. Hasta tal punto asumí este compromiso con el equipo de mi vida (con perdón), que cuando hace unos dos años soñé que perdíamos la final de la Champions contra el Madrid de Mourinho por 0-1, aunque me desperté empapado de sudor y muy asustado, con la certeza de que había sido la peor pesadilla de mi vida (y así era), enseguida reconocí una gran tranquilid­ad, primero, supongo, porque solamente era un sueño, pero también porque me di cuenta de que ya habíamos perdido una vez 0-1 contra el Madrid de Mourinho (aunque sólo fuera una Copa del Rey, de acuerdo) y que lo había aguantado bastante bien. Y aquí está donde quiero ir a parar: porque tengo la sensación de que todos aquellos culés que dicen, o decimos, que no podríamos soportar una derrota contra el Madrid, por ejemplo en la final de la Copa de Europa, se equivocan por la sencilla razón que la vida siempre continúa, incluso la nuestra. En cambio, me hace dudar más si estamos preparados para una gran victoria, justamente por eso mismo: porque si algún día eso pasa (Dios no lo quiera, y si lo quiere, que lo quiera de verdad) al día siguiente, queramos o no, la vida seguirá indefectib­lemente su curso. Y entonces, ¿qué?

Ya podía el Real Madrid escaldar tanto como quisiera al Barça, que yo había descubiert­o el cine

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